14 diciembre 2006

Adolescente a los 40


Ya no tenía edad para andar saltando por las camas como si fueran colchonetas elásticas, pero era inevitable, no podía resistirse a comprobar las propiedades de rebote (tiempo de ascenso y caída) en colchones de hoteles, estudios de amantes esporádicos y apartamentos turísticos de la costa.

Debía haberse pasado hace unos cuantos años al café solo y a la sacarina, dejar de echarse cacao a la leche; acudir al primer bar que viera abierto por las mañanas y pedir un desayuno cualquiera “rápido, por favor”. Toleraba mal las cenas de navidad de la empresa porque le costaba seguir una conversación filosófico-poética mientras se concentraba en apartar con disimulo los guisantes y la zanahoria de la ensaladilla; aún no soportaba la textura de determinadas verduras y hortalizas. Le avergonzaba que le recriminaran que siguiera mordiéndose las uñas y muchos no creían que pudiera salir de casa sin pañuelos de papel y sin un protector gástrico en prácticos sobres de 1’5 mg dentro el bolso para después de las comidas. Tenía que haber empezado a pensar en lencería fina, en ir al cine Doré y comenzar a ver películas en versión original. Mover el dial, abandonar los cuarenta principales, pasarse al jazz, al vino espumoso, invertir en arte, olvidar los amores platónicos, tirar las bolsas de palomitas de colores que guardaba en la despensa para los días festivos…regalárselas al portero, despegar el póster de John Travolta de la pared de su habitación y cambiarlo por uno de Pollock. La adolescente a los 40 no había podido modificar su hábitos, sabía que sus costumbres se habían prolongado por un periodo de tiempo no demasiado habitual, pero en su contradicción se preguntaba a quién podía hacer daño que aún se emocionara al encontrar la letra de la sopa que le faltaba para terminar de construir su nombre en el fondo del plato: R-O-S-A-R-I-

“A nadie”- se repetía. Y continuaba buscando.
(Imagen: Caryn Drexl- No more jumping)

22 noviembre 2006

Obviedades


Dolores no necesitaba un amor que se hiciera llagas en los dedos exprimiendo naranjas cada mañana a eso de las seis para acercarle un zumo al pie de la cama, tampoco quería que se prestara a llevarla al trabajo en la parrilla de la bicicleta si ese día el metro había dejado de funcionar en la ciudad. No suspiraba por un amante que le sorprendiera con petunias, bombones y tarjetas postales de corazones cada aniversario (4 veces por mes): la primera ocasión en que se dijeron “hola”, su primer “oh, ha sido fantástico”, su primer “necesito tiempo” y su primer “no volverá a suceder”. No quería un hombre que le enviara emails desde el trabajo a las nueve y cinco de la mañana diciéndole que ya le echaba de menos, tampoco necesitaba que le compusieran canciones, ni que le escribieran poemas en papel reciclado en donde rimara corazón con armazón y Dolores con flores.
No lo necesitaba sencillamente porque lo consideraba algo obvio.

Dolores quería un hombre que le dijera que se cortaría el dedo gordo del pie si ella le enviaba un sms de madrugada pidiéndoselo, esperaba un hombre que contratara a la tuna para cantarle al alba y celebrar, así, que se acababa de dar mechas en el pelo. Necesitaba que ese señor al despertarse le dijera que iría hasta la costa “más cercana” (a más de 374 kilómetros de Madrid) a pescar un atún para la comida, que sólo se preocupara del perejil. Quería un hombre que se aprendiera de memoria la obra de Percy Bysshe Shelley y de Lord Byron para recitársela si se le rompía una uña. O es que… ¿acaso era pedir demasiado a un enamorado?

16 octubre 2006

Coffee-gofre express


Diane había conseguido ser la empleada del mes una media de 52 semanas al año, puntuación que debería multiplicarse por sus cerca de treinta como empleada en el “Coffee-gofre express”. Eran pocos y en muy escasas ocasiones los trabajadores que conseguían sacarle ventaja. Recuerda que un tal Robert lo logró al preparar el mayor número de tortitas por minuto que se había visto hasta el momento, en otra ocasión la afortunada fue Clarice, su sencilla premisa “mayor número de propinas directamente proporcional al ángulo de abertura de mi escote” tuvo excelentes resultados. El resto de ocasiones solía ser Diane la merecedora de la distinción mensual de la empresa.

A Diane le gustaba ser servicial; dos dedos de espuma en el café (siempre), doble de chocolate (para los chicos jóvenes), sacarina (para las señoritas con minifalda), puro (en la bandeja de los hombres con bigote), croissant con mermelada (para las madres que acaban de llevar a sus hijos al colegio), bollos de leche (para las abuelas que acaban de recoger a sus nietos de extraescolar). La experiencia hacía que su trabajo fuera más eficaz, rápido y mecánico. Por eso ahora le era fácil dedicar menos tiempo a tomar nota, preparar el servicio y servirlo en la mesa -siempre de manera excelente- para dedicar el resto de su jornada a lo que realmente le gustaba de su trabajo: observar y hacer conjeturas. En la 3 un joven escribía panfletos “medicina natural y alternativa contra el insomnio de su pez doméstico. Llame sin compromiso”. Probablemente el negocio funcione, pensaba. En la 4 un par de adolescentes se cogían la mano, sonreían y se besaban tímidamente cerrando los ojos con fuerza. La camarera calculaba mentalmente el tiempo que les quedaba para agotar la primera fase de enamoramiento y las probabilidades de que ella le fuera infiel al chico por el que ahora pestañeaba teatralmente.

En el fondo Diane era una romántica que forraba con hojas de periódico sus libros de Danielle Steel. Lo que realmente le motivaba todas las mañanas cuando se colocaba su atuendo de trabajo (cardado de pelo, chaqueta satinada y blusa color rosa palo) era pensar que hoy sería el “Gran Día”: la jornada en que un desconocido le pediría un batido de fresa maxi-size con barquillo, sirope de naranja y dos pajitas; una para él y otra para la empleada del mes.

(Imagen: Matt Hoyle)

05 octubre 2006

Sesenta y tres por ciento


Empezó los trámites de la empresa justo después de terminar de leer el reportaje central del Asahi Shimbun, el rotativo explicaba la situación de los japoneses entre los treinta y los cuarenta años.
“Han logrado una vida llena de éxitos profesionales debido a años de duro esfuerzo académico, de lucha laboral y perseverancia, sin embargo más de un 63% de los japoneses treintañeros confiesa no tener una pareja estable, vivienda propia o un sillón-relax con mando a distancia en su piso de alquiler. En definitiva; los Shuame como se les ha empezado a llamar, son considerados ya como unos auténticos fracasados en nuestra sociedad”.
Mashumi abrió su tienda al público para satisfacer las necesidades de ese sesenta y tres por ciento. Puso a disposición de sus clientes pisos exclusivos con toda la tecnología necesaria para impresionar al jefe y a la mujer del jefe, además se podían contratar los servicios de novias, novios (con personalidad y oficio a escoger), o prometidas (con sortija) para llevar a la cena de la noche de navidad o en la fiesta del cumpleaños de la abuela. Se prestaban bolsos y vestidos de diseñadores, un marido atento y dos hijos cariñosos para la reunión de antiguos alumnos de la universidad. Ofrecía una cocinera discreta que preparaba nigeri-sushi, unagi o tempura en el domicilio, que desaparecería justo antes de que llegaran los invitados. Además existía la posibilidad de crear paquetes y combinarlos según las necesidades de cada usuario porque se ofrecían excelentes facilidades de pago; bonos, mensualidades, préstamos o descuentos dependiendo del número de servicios y cobrando únicamente las fracciones, horas, o días de préstamo.

El mismo día que Mashumi cumplió los treinta y seis decidió abrir una franquicia, no porque no pudiera atender a la demanda de todos los Shuame, sino porque ella también quería contratar los servicios de su empresa.
(Imagen: Maleonn Ma)

26 septiembre 2006

La publicación


Fueron la familia escogida para la portada del anuario “Familias Marianas unidas en confraternización”. Su fotografía sería impresa en el número 27 y llegaría a los buzones de los 376 hogares de la congregación en el mes de marzo aproximadamente. La selección era un proceso largo y costoso que constaba de varias fases: test de afinidad entre los miembros de la familia, nivel de entendimiento frente a las adversidades, degustación culinaria, mantenimiento básico de la instalación eléctrica del hogar, cuidado y adecentamiento personal y desparasitación de los animales domésticos, entre otras. Estaban orgullosos, formaban un buen equipo; Sarah, la pequeña, ayudaba con el pastel de zanahoria que mamá preparaba los domingos, mamá Chapman ayudaba a papá cuando subía al tejado para sintonizar la antena de televisión después de una fuerte tormenta y papá Chapman ayudaba a Sarah dando mantequilla al molde en el que se hornearía el pastel de zanahoria.

En un extenso reportaje de unas 10 páginas se describía la historia familiar y se daban consejos útiles con titulares como: “50 claves para que vuestra familia se parezca a la de los Chapman” o “Construid juntos un submarino de maqueta como el del señor Chapman”. La publicación fue un éxito, les llegaron cartas para felicitarles por la fortaleza de sus lazos desde países que nunca habían escuchado: Suiza, España, Holanda o Zimbawe. Entonces se abrazaban y lloraban emocionados. Cuando recibieron el ejemplar en su domicilio se sintieron profundamente satisfechos, les encantaba la expresión de su rostro, los colores brillantes, el vestuario y el decorado que habían escogido para la fotografía: el taburete, las babuchas, la alfombra persa, el color de la corbata, la enciclopedia como alzador… lástima que a mamá Chapman se le olvidara pintarse las uñas de su color favorito.

(Imagen: Robyn Cumming)

18 septiembre 2006

Cazarrecompensas


Era el cazarrecompensas más afamado de la ciudad, catorce años como profesional le daban el prestigio suficiente como para tener trabajo treinta o treinta y un días al mes. Empezó en esta profesión por casualidad cuando un día de primavera encontró una maleta extraviada en uno de los andenes del metro de Nueva York, concretamente en la estación de Astor Place. Su primera entrega fue sencilla: Buscó la tarjeta con los datos postales, cambió su rumbo (el pastel de carne de su madre tendría que esperar) y se dirigió hasta Brooklyn Bridge-City Hall. Encontró la casa de planta baja y entregó el equipaje a su agradecida y septagenaria dueña, que además de darle a conciencia dos sonoros besos en la comisura de los labios le ofreció galletitas con pasas y naranja en el interior de la estancia.

Después y casi por obligación tuvo que devolver a Duni, el gato de angora de la señora Loggins, 300 dólares por la mascota de compañía. Luego fueron relojes con incrustaciones de cuarzo -500 dólares-, carteras de Louis Vuitton -450 dólares-, caniches, malteses o chihuahuas de pelo corto y brillante. Era fácil encontrar a las dueñas de cada pertenencia; todas las entregas llevaban escondida una pequeña indicación, un teléfono o número de puerta.

El cazarrecompensas entonces accedía a tomar té, limonada, magdalenas caseras y barquillos sin azúcar cuando los maridos se habían ido, o quince años después de que hubieran muerto; devolviendo así cada entrega con un extra de lubricidad. Antes de irse tomaba los sobres que las señoras le daban con la suma de dinero que éste consideraba aceptable “dependiendo de la distancia, dificultad y riesgo”-decía, “dependiendo de las arrugas y la turgencia de la piel”-pensaba. El cazarrecompensas aseguraba así una segunda entrega.
(Imagen: Sven Jacobsen)

12 septiembre 2006

Colirio de farmacia


No era fácil mantener la mentira siete días a la semana. Dos amantes significaba multiplicar todo por dos: número de citas, zapatos, prendas en el armario, cambio de sábanas y coladas diarias. Era difícil mantener la naturalidad para que todo encajara como un engranaje perfecto; la sonrisa impecable, los ojos brillantes. Por eso nunca olvidaba llevar en su bolso el kit imprescindible para ser la perfecta enamorada: la agenda de anillas, el pintalabios 148 hot kiss y el colirio de farmacia (posología: 1 a 2 gotas antes de cada cita).
Biagio era atento y cuidadoso, ordenado y fiel. Le decía que algún día se casaría con ella, le prometía una casa en el campo, cuatro hijos, un perro y un jardinero que se preocuparía de darle formas originales a los arbustos. Biagio sabía escuchar sus problemas y además le ofrecía soluciones coherentes.
Edmundo desoía sus preocupaciones, asentía mientras le tocaba el muslo, y silenciaba sus palabras a besos. Edmundo era pasional, masculino, y bohemio. Cuando estaba con ella le decía que en un futuro harían un viaje encima de su moto por las llanuras de los Estados Unidos, que pararían en cada Motel “para descansar” y que después continuarían su camino.
Tener un amante extra también tenía sus ventajas; dos regalos de cumpleaños, dos semanas de vacaciones en agosto y doble número de posibilidades de que la invitaran a cenar. Nunca se sintió mal, qué culpa tenía ella -se preguntaba- de que a parte de ser indecisa también fuera una mujer caprichosa.
(Imagen: Agatha Katzensprung)

05 septiembre 2006

Domesticación de animales


Todas las chicas de quinto curso de primaria del prestigioso centro “Ohio School con proyecto pedagógico bilingüe” tenían como mascota a un gatito persa. Sami, Mini, Anita y Nini eran los nombres de las mascotas de sus cuatro mejores amigas. Natasha había escogido ya el nombre para su felino: Dalila. Al llegar a casa, una preciosa mansión palaciega a las afueras de la ciudad, la señora Roshemore recibió la noticia horrorizada.

- ¿Un gato?, ¡ni hablar! A esos bichos se les cae el pelo, se quedarán pegados en la moqueta, en la ropa, y ese olor…- entonces arrugó la nariz, frunció el ceño y torció la boca hacia el lado derecho. La misma mueca que se creaba en su cara cuando escuchaba una palabra de mal gusto-. Ni hablar.

A la señora Roshemore le disgustaba no poder complacer las necesidades de su única hija.

- Si quieres- continuó- te compraremos un canario de África, con pedigrí, educado y de muchos colores.

Natasha impuso una severa disciplina a su canario africano. Todas las mañanas le repetía 300 veces (en bloques de 20) la frase: “Soy un gato persa”, estaba convencida de que con perseverancia pronto sería capaz de repetirla. Después ataba unos cordeles a sus patas y lo sacaba a pasear a la calle. Además le daba de comer unas bolitas deshidratadas con altas propiedades nutritivas; nunca consiguió que probara el atún. Un día Dalila se escapó cuando su dueña olvidó cerrar la trampilla de su jaula. Natasha no lloró; sabía que su mascota andaría por alguno de los tejados de la ciudad intentando cazar alguna paloma. Estaba convencida de que regresaría.
(Imagen: Lovisa Ringborg)

31 agosto 2006

Miss Universo


Fue la primera Miss Universo. El concurso se realizó en Londres como parte de las celebraciones de año nuevo. No esperaba ganar el premio, aunque la verdad es que destacaba entre las demás candidatas; quizá puntuaron como positivos sus labios finos, su cuerpo espigado o sus ojos claros y vidriosos. Tenía una curiosa belleza nórdica a pesar de haber nacido en Perú, por eso no pasó desapercibida por el jurado que se decantó por ella sin ninguna clase de dudas. Ella sería la ganadora de la banda, de la corona, del contrato por un año de los almacenes Sunshine Beauty y del primer título de Miss Universo. A partir de ese momento a Laidy Daniella le hicieron cambiar su nombre por Missyuni, una abreviatura del título, mucho más comercial y que la haría reconocible al instante.
Pocas horas después pasó a hacer demostraciones diarias en Sunshine Beauty para todo aquel que tuviera la curiosidad de conocer a la mujer más bella del Universo. Enseñaba la tostadora y sus novedosas funciones: “encendido: On, apagado: Off”. Daba a conocer la máquina-trituradora de 7 cuchillas perfecta para hamburguesas, el mono de Nylon quema-calorías, el rizapestañas, las plantillas absorbe-olores para zapatillas y cualquier artilugio que se almacenara en las baldas de los grandes almacenes. Eso sí, las demostraciones siempre con la corona y los zapatos de cuña. Todo el mundo le recordaba lo bella que era casi a cada minuto. Así que no tuvo otra opción; acabó por creérselo.
Hoy Misyuni se ha mirado en el espejo, ha visto su piel flácida en los brazos, la tripa descolgada, el pecho en la cintura, grasa en la cadera y arrugas como cicatrices que le troceaban el cuerpo en millones de fragmentos. Ya no era perfecta, ya no quedaba nada de lo que fue; era vieja y fea. Pero no permitiría que el tiempo se quedara con su corona: lo único que tenía. Missyuni ha cerrado la puerta con llave y se ha prometido conservarla no abriéndola jamás.
(Imagen: Bobbie Moline-Kramer)

29 agosto 2006

Princesa de plastilina


Boblablú era la princesa del país del mundo de plastilina. Detestaba los vestidos porque se sentía ridícula con ellos, prefería las faldas cortas, esas que tanto disgustaban a su padre, el rey. Bloblablú no quería comer canapés, ni llevar corsé, ni diademas de aguamarinas, ni pintarse los labios, ni tener que rizarse el pelo con las tenacillas todas las mañanas. Ni ponerse el collar que le dejó su abuela en herencia. No le gustaban los príncipes, eran feos; con el pelo pegado a la frente, la raya a un lado, y la camisa de cuadros. No le gustaban los mocasines, ni las vacaciones en yate, odiaba el vino, aunque fuera de la campiña francesa. Le repugnaban los brindis. Bloblabú quería ser una estrella del porno. Le gustaba el cuero, la lencería, las medias de seda y los escotes pronunciados. No quería ser blandita y hacer reír a los niños.

Entonces, con un golpe seco y contundente el niño aplastó la figura de plastilina. Odiaba los muñecos cursis de su hermana.
Y quizá este fue el mejor final que la princesa podía desear.
(Imagen: Fran Kunert)

26 agosto 2006

El Mirador



Nunca supo con certeza en qué momento terminó todo. En qué segundo hubiera dado la vida por él y en cuál se descubrió atusándose el pelo en un gesto de coquetería al recoger el coche del taller. En qué parcela de tiempo optó por desabrocharse un botón de la camisa justo antes de entrar en la ferretería de los hermanos Artexe. Cuál es el preciso instante que separa los dos abismos.
Aún ella le arreglaba la camisa, le combinaba el traje de los domingos e intentaba, aunque sin éxito, quitarle esa maldita manía de llevar algún complemento de fieltro en la cabeza. “En el norte los hombres son más viriles con sombrero”, le decía él justo antes de salir a la calle. Ella se limitaba a asentir y a plancharle con la mano alguna última arruga de la chaqueta. Salían a la calle, bordeaban la plazuela porticada, tomaban la primera calle a la derecha; una pequeña cuesta empedrada, se sentaban en el mismo banco en que él le pidió matrimonio, recordaban aquel momento, subían quince escaleras, y ya habían llegado. El mismo ritual de los domingos desde hacía años. Quizá lo único que varió fue la cadencia de los pasos; ahora más lentos y silenciosos.

Desde El Mirador se tomaron alguna vez todas las fotografías de las postales que se vendían en los estancos, papelerías y tiendas de souvenirs como recuerdo de la ciudad. Entonces él la agarraba por la cintura y le decía:
- ¿Verdad que la vista impresiona?
Ciertamente después de 20 años no impresionaba demasiado, pero ella se obligaba en arquear las cejas para componer una expresión de sorpresa. Ella se obligaba a quererle.
La realidad es que desde hacía no más de un par de años, a las 7 de la tarde 56 segundos había acabado todo.

(Imagen: Rodney Smith)

20 agosto 2006

Piel fría


Era 4 de agosto. Cuando nació, las matronas apartaron con cuidado las sábanas, para que la primeriza no confundiera aquel cuerpecito con la impoluta tela, y la dejaron suavemente en el regazo de su madre. Horas después el doctor explicó a la asustada madre que aquella niña era albina y que su piel era incompatible con los rayos solares, por eso sólo podría salir a la calle por las noches. Quizá para compensar esta pérdida y poco antes de que madre e hija se situaran delante de la pila bautismal, le susurró al cura que la bautizara con el nombre de Luz.

Desde el alumbramiento nunca más se volvieron a descorrer las cortinas en aquella casa. La pequeña por la mañana recibía clases de matemáticas, naturaleza, física, química y lengua latina. Para cubrir las horas de la tarde aprendió a tocar el violín. Siempre fue una alumna aventajada.

Luz siempre vestía con colores pálidos, delicados tejidos bordados que a veces modificaba ella misma. Le gustaba el blanco, posiblemente porque hacía que destacara en la oscuridad.

En el pueblo comenzó a extenderse la voz: alguien había visto un espectro. La gente mayor solía mirarla de reojo, estaban convencidos de que podría hechizarles. Los jóvenes, eran más cautos. Sabían que Luz tenía unas medidas proporcionadas, y, aunque en silencio, admiraban sus movimientos elegantes. Decían que su piel era fría (ellos alguna vez se preguntaron si serían capaces de templarla), además se comentaba que nunca nadie había escuchado uno sólo de los latidos de su corazón. Alguna vez en secreto cada uno de ellos se imaginó del brazo de Luz: todos querían saber cómo besaba un fantasma.

08 julio 2006

Mecanógrafo profesional


Rafael Saldaña trabajaba como mecanógrafo profesional para la guía telefónica de una poderosa compañía de ámbito estatal; durante ocho horas diarias introducía en el ordenador aproximadamente unos mil seiscientos nombres con sus respectivos apellidos, dirección del domicilio y teléfono de contacto. Cuando le explicaba a sus compañeros del C.M.S.A.L (“Colectivo de Manualidades Sin Animo de Lucro”) su profesión, aseguraba que era un escritor bastante reconocido y que todos los años editaba una obra anual. Aunque ninguno de los miembros del grupo reconocía haber visto ningún título de Rafael Saldaña, todos sus receptores afirmaban por miedo a descubrir ante los demás su desafortunada ignorancia.

Después de una dura jornada de trabajo Rafael Saldaña ponía cubiertos para uno, cenaba, se lavaba los dientes y se introducía en la cama. Antes de dormir le gustaba hacer balance. Rafael Saldaña sabía que su aportación a la sociedad era valiosa:

Cada año juntaba aproximadamente a 522 parejas, aunque de estas un tercio utilizaría la misma vía para terminar con la relación. Según sus cálculos, dos tercios -trescientas cuarenta y ocho- prosperarían. Sin su ayuda nunca hubiera sido posible la venta de objetos de segunda o tercera mano, ni el regalo de mascotas, colchones o bicicletas estáticas. Algunos encontrarían trabajo y otros a un antiguo amigo del que creían haber perdido todo contacto. Unos pocos utilizarían su obra como calzador para mesas que cojean.

Entonces, justo antes de que las ondas de su cerebro pasaran del estado alfa al theta y diera así por inaugurado su sueño, Rafael Saldaña sonreía; sabía con seguridad que era el hombre más afortunado que conocía.

(Imagen: Rosa Muñoz)

05 julio 2006

Penoso debut


Nadie quiso descubrirlo pero después de la última página de aquellos libros, le seguían cinco tomos nunca escritos que nadie colocaría en una de las baldas de "Casa del libro” y que ninguna revista recogería como uno de los 10 más vendidos del verano. Vargas Llosa no contó que meses más tarde, tras el epílogo y después de su éxito, Armando, el personaje, acabó suicidándose. Bárbara Wood no se molestó en recoger cómo ocho meses después de que Julia encontrara a su “pareja perfecta” encontró en el bolsillo de su hombre un tiquet de club de carretera; “El mirador, 45 euros, IVA incluido. Le atendió la srta. Ana, Gracias”. Lucía Etxebarría se olvidó de incluir que Nicolás a pesar de ser homosexual reconocido y aceptado, acabó siendo adicto a las pastillitas de colores, su descanso era artificial, su sonrisa en blíster de 31 antidepresivos, uno diario, también.

Julián Borrachero, ha comenzado a preparar el que será su debut como escritor. Después de pensarlo concienzudamente durante alrededor de dos años y cinco meses, ha enviado a todas las editoriales de Madrid su primer manuscrito, una única página, 11 palabras: “Desengáñese, después de un final feliz, siempre hay una inaceptable mentira”. Los críticos no han tardado en calificar su primera, única y última obra como “Penoso debut”. Eso sí, la presentación ha sido extremadamente cuidada, casi preciosista; Letra Times New Roman, negrita, centrada a tamaño 16.
(Imagen: Smith Eugene)

01 julio 2006

Botoxine S.L.


Trabajaba en el Empire State Building como directora de la central de Botoxine S.L., una prestigiosa y reconocida marca que vendía inyecciones con la dosis exacta de botox para que todo aquel que lo quisiera pudiera aparentar diez años menos, por unos días, adquiriendo el producto en cualquier drugstore de la ciudad. La sede principal con 97 delegaciones repartidas en cinco continentes, se ubicaba en el piso 102 del edificio, contaba además con 68 suboficinistas, 18 de los mejores químicos y científicos del mundo, un prestigioso gabinete de periodistas que se encargaba de cuidar la imagen en prensa y un nutrido grupo de publicistas con mentes ágiles.

Mary Jane, la directora, dominaba quince idiomas entre los que se encontraba el Gaélico, el Yiddish y el Bretón, muy útiles para poder comunicarse hasta con la última franquicia de Botoxine S.L. Se expidieron cinco licenciaturas con su nombre en la secretaria de la universidad de Boston. Tres másters y alrededor de una cuarentena de cursos completaban su currículo; quizá por todo esto su sueldo mensual ascendía a los 7.200 euros mensuales, todo un logro.

Sin embargo, la directora esperaba cada día la hora del descanso: las 11 de la mañana. Entonces saltaban los salvapantallas de los ordenadores, la máquina empezaba a expender cafés y Mary Jane subía a la terraza, sin hacer apenas ruido. En esos treinta minutos del día en que nadie reclamaba su presencia, abría los brazos para equilibrar su peso y con pasos firmes recorría el borde de la construcción a 381 metros de altura. Cada vez lo hacía mejor; Mary Jane deseaba ser funambulista.

(Imagen: Rodney Smith)

23 junio 2006

Charlote


Conoció a Charlote cuando ella ejercía la profesión de modelo de escaparate en unos grandes almacenes: “Pendientes y gargantilla Tous 527 euros, vestido Carolina Herrera 1.250 euros”. Dependiendo del día Charlote podía pasar por una alta ejecutiva, de pose altanera y mirada perdida en referentes macroeconómicos y subidas del Ibex. Otras veces, Charlote parecía mostrarse como una afamada escritora que podía haber vendido, perfectamente, más de un millón de copias de la saga de libros del niño superdotado que vivía en Urano. Quizá también podía haber conseguido que tradujeran a quince idiomas la historia del valeroso caballero que no podía portar su casco por un problema en el cuero cabelludo.

Desoía a quienes le decían que su esposa tenía una piel demasiado fría, que su conversación era prácticamente nula, que jamás sonreía y que a veces estaba como ausente. Charlote representaba todas las metas que él no había podido conseguir, por eso una tarde de mayo le juró amor eterno. ¿Y qué, si Charlote sufría un problema en la dermis, si su genética desarrolló un exceso de moléculas gigantes llamadas polímeros… y qué si tenía un exceso de plástico en el cuerpo? “Nadie entenderá nunca nada” se repetía. Amaba a Charlote; no por lo que era, sino por lo que podía llegar a ser.

(Imagen: Elena Dorfman)


19 junio 2006

El ideal americano


Consiguieron alcanzar el ideal americano. Kevin Jones limpiaba cada domingo su Cadillac “con-antichoque-de-baja-presión” a las puertas de su casa, no porque no pudiera permitirse llevarlo a un lavacoches de múltiples rodillos sino porque admiraba que le vieran limpiarlo con la gamuza mientras sonreía a sus vecinos, aquellos que apenas podían permitirse un coche europeo. Kevin sentía pasión por todo aquello que tuviera un motor, un enchufe y un manual de instrucciones; podía pasarse horas pasando el cortacésped helicoidal por el jardín, haciendo batidos y zumos de frutas con la batidora de vaso y lavando sus camisetas de tenis para luego escuchar el sonido de la secadora.

A Barbara Jones, sin embargo, le fascinaba la cinta andadora, esa con la que podía estar una mañana entera mientras echaba una hojeada al Vogue, también le gustaba retocarse el tinte para el cabello y darse baños de sol en el jardín aunque Kevin no mostrara el mismo entusiasmo por esta práctica.

Cuando llegaba el domingo ella le guiñaba un ojo a su marido, le apretaba el trasero- “mi querido respingón”, como ella prefería llamarle- se humedecía los labios y le enseñaba una teta en un acto de aparente descuido. Barbara Jones ahora únicamente pensaba en la parejita: ya sólo les faltaba la niña.

(Imagen: Diane Arbus)

17 junio 2006

Mamá mosca


Mamá mosca esperaba a que llegara la primera quincena de junio para tener a sus crías. Había que saber escoger porque sin duda, no todos los lugares eran buenos para desovar, puntuaba como excelentes: los pliegues de un filete sin tapar en la cocina, algunos excrementos que hacían de magníficas incubadoras callejeras al conservar la temperatura idónea para sus huevos y la mayoría de los melocotones podridos que quedan olvidados en fruteros. Después, ser paciente y esperar.

El instinto maternal de mamá mosca estaba muy desarrollado, debía permanecer alerta en su vuelo, en la ciudad había tantos momentos de peligro que nunca podía despistarse; insecticidas respetuosos con las plantas, mosquiteras, lunas de coches, anzuelos para pescar los domingos en el río, matamoscas de plástico, bolsas de agua colgadas del marco de las ventanas, trapos de cocina y lámparas electrocutadotas de seis vatios de potencia. Mamá mosca adoptaba un aspecto salvaje, mamá mosca se convertía en mosca asesina cuando en verano, alguien ponía en peligro la vida de sus pequeños.


(Imagen: Witkin Joel Peter)

14 junio 2006

Passage du silence


En el passage du silence los amantes discutían haciendo círculos en el aire como si estuvieran regulando el tráfico, apretaban los músculos de la cara y se esforzaban por juntar las cejas. Otros, a oscuras, con mejor suerte, se cogían las manos con fuerza y se pellizcaban, sin emitir ninguna clase de ruido; así demostraban lo mucho que se querían y lo bien que lo estaban pasando.
Gustave, “el sacamuelas”, se quedó sin trabajo y tuvo que mudarse a otro distrito.
Émile, la bibliotecaria, alquiló un ático porque nunca supo como desconectar del trabajo: “hay gente estudiando”, repetía malhumorada. Para ella los problemas acabaron en el momento justo en que el señor de la inmobiliaria con un bigote muy pegado a la nariz le entregó las llaves.
Abélard, un vecino, revisaba cada mañana las puertas y ventanas de su vivienda, echaba antigrasa en las bisagras y seguía con sus tareas diarias, algo que, sin ninguna duda, había pasado a convertirse a parte de su hobbie, en una obsesión.
Geoffroy se sentaba con una flauta de plástico, casi al final de la calle. A su lado, un cartón: PARA LA MÚSICA. Entonces movía los dedos sin soplar, e imaginaba que era un concertista. En su maleta no dejaban de caer francos, todos coincidían: de los mejores que se habían visto por allí.

12 junio 2006

Calamares gigantes (año 2094)


Calamares gigantes y pulpos kilométricos que avanzaban desplegando sus tentáculos, algas que se enroscaban en los pies, caballitos de mar, tiburones de mandíbula despiadada, medusas violáceas de irritante picadura, delfines terapéuticos, peces espada, mejillones con barbas, esponjas, ballenas encalladas que perdieron el rumbo, almejas que albergaban piedras preciosas con las que se elaboraban costosos abalorios… se lo repetían cada verano, año tras año, cada vez que viajaban kilómetros hasta la costa, con detalles extremadamente cuidados, entusiasmados, suplicantes, como si tuvieran algún interés en ello.

Aunque el pequeño asentía con la cabeza cada verano, año tras año, cada vez que viajaban hasta la costa, nunca quiso creerles.
(Imagen: Guennadi Ulibin)

04 junio 2006

El club náutico


Para ser miembro de “El club náutico” se necesitaba algo más de lo que podía desear la clase media, no sólo era atractivo, exquisitez, finura y saber estar, era algo más.

El club fue formado por Antón Robledo; después de que un lunes siete de marzo (aproximadamente hacia media mañana) y cansado de servir cañas en el bar de barrio “El Calamar” sintiera la necesidad imperiosa de añadir un toque de glamour a su oficio. Servir agua carbonatada Perrier en la costa le aportaba un aire interesante que sin duda alguna se vio reflejada en su pose a la hora de desempeñar su cargo y de relacionarse con los demás.

Después, una exigente selección. Cada miembro tenía que merecer realmente su carnet de socio; Unos músculos marcados que necesitaban ser mirados, una rubia deseosa de fama, un slip ceñido en busca de libertad, una señora madura que no sabía nadar, un aspirante a corresponsal frustrado, una bañista que necesitaba conseguir su mejor marca y una intelectual que deseaba dar celos a su ex- marido, fueron los escogidos para entrar en el círculo.

Después del chapuzón en la piscina de plástico, de saborear los canapés de mortadela y tortilla y de tomar "el sol", retiraban el póster del puerto, apagaban los focos, cerraban la sombrilla, y se despedían hasta el día siguiente sintiéndose más guapos, más ricos y más bronceados.

(Imagen Marcos López)

23 mayo 2006

Camelia


A Camelia le encantaba el mundo de la decoración, por eso adoraba las piezas barrocas, los ornamentos florales en la tapicería de los sofás y los objetos de plata repujada.

A Camelia le gustaba vestirse con las sedas, tules y organzas bordadas que le enviaba directamente su amigo tailandés Rama Adulyadej desde Bankok en pequeños paquetes que al abrirlos olían a sándalo y a sudor suave. Idéntica indicación siempre en el reverso: “Con amor”. Entonces sonreía.

Camelia cuidaba su delicada piel con barro negro del Mar Muerto y se envolvía en algas marinas para facilitar el drenaje de su linfa. Una vez limpia e inmediatamente después, recortaba su vello púbico con especial cuidado y jamás se olvidaba de asir la limita para retocar minuciosamente las uñas de sus pies.

Cuando el ritual había terminado, Camilia hojeaba su diario de tapas de cuero, observaba todos los nombres que, con letra especialmente legible, tenía allí apuntados-amigos rusos, asiáticos, árabes, íberos, nórdicos-, posaba su dedo índice encima de una de sus páginas; Amin, Weiwang, Elijah, Munir, Vladimir, Jason, Wenceslao, Mayu, Maluf, Mahmud… y dejaba el resto al azar.
Entonces se sentía una diosa.

10 mayo 2006

Freak Circus


En el lado derecho del camino, aún sin asfaltar, un trozo de madera sujetado con clavos en un platanero daba la bienvenida a los carros de caballos, a los peregrinos, indigentes y comerciantes: Villa de Madrid. Justo en el lado puesto, desde primeros del mes de mayo se podía leer otra indicación: Freak Wanderzirkus- Freak Circus. Con letras cuidadosamente talladas y decoradas con motivos que bien podían ser dionaeas, droseras, pinguiculas u otras especies carnívoras a las que quizá la organización era aficionada.

Horas antes de abrir las puertas del show por primera vez, aquellos alemanes de rara especie se preparaban para comenzar la función. Trescientas cuarenta y tres personas se agolpaban en la entrada de la carpa con un único deseo; Apenas les importaban las kilométricas zancadas del hombre jirafa, ni sus pies de tamaño descomunal. Tampoco prestarían demasiada atención a las proezas de “Astaroth el inmortal” que dejaba que dos anacondas treparan por sus piernas desnudas, ni aplaudirían con fervor a Konstanze la de rubia melena, que era capaz de tragarse el filo de cuchillos similares a los que el público utilizaba simplemente para pelar tubérculos. El público esperaba ansioso la actuación de Margarethe la mujer barbuda de 110 kilos de peso junto a Moritz el enano saltarín. Decían que a ella se le iluminaban los ojos, que una especie de velo brillante barnizaba sus pupilas con solo mirarle. Comentaban que él parecía esbozar una sonrisa simplona cada vez que ella aparecía en escena. Contemplar el romance entre la mujer barbuda y el enano saltarín bien merecía un año de espera. “¿Cómo podrán ser capaces de conciliar el sueño en el mismo lecho?”, “si ella le besa… ¿le hará cosquillas?”, “¿serán capaces de consumar su amor?”, “él morirá aplastado en una noche de pasión”. Por aquel entonces estas cuestiones jamás se comentaban en voz alta porque estaban condenadas por la iglesia. A cambio el público emitía unas risitas agudas como el sonido de los ratones de cola larga.

Era verdad, Margarethe y Moritz eran amantes. Escuchaban las burlas antes y después de cada función en aquellas tierras. En ocasiones ellos también contenían las ganas de rodar por el suelo a carcajadas porque sabían que aquellos españoles católicos, creyentes, puritanos y completamente mojigatos aún tendrían que esperar generaciones para descubrir la liberación del alma, del espíritu, del cuerpo y los placeres del Mundgeschlecht o sexo oral.

27 abril 2006

El toque original


- El vestido, demasiado soso… - Le susurró Anabella, su suegra, a las puertas de la iglesia, minutos antes de que se dispusiera a pronunciar el monosílabo mágico que le uniría a su hijo eternamente.

Repitió las dos palabras dentro de su cabeza dos mil doscientas cincuenta y cuatro veces. “Demasiado soso, demasiado soso, demasiado soso, demasiado soso… Necesito un toque original". La vez dos mil doscientas cincuenta y cinco fue silenciada por el sonido de un clic del fotógrafo encargado del reportaje de tan feliz evento.

“Siempre tan complaciente”. Pensó Anabella a la vez que se elevaban ligeramente las comisuras de su boca, en un signo que pareció componer una leve sonrisa.

21 abril 2006

Taza de café



Derramaba lágrimas en una taza de café, para volver a beberlas y llorar su ausencia eternamente.

18 abril 2006

Dos muertes



Matías vivía en el segundo. Candela en el tercero. Eran viejos. Estaban solos. Pronto la muerte. Lo intuían. Al ir a dormir, Matías miraba al techo y preguntaba qué le esperaría ahí arriba. Candela se quitaba el camisón. Veía sus pies. Miraba al suelo. Imaginaba qué encontraría ahí abajo.

06 abril 2006

El aprendiz de mago


El aprendiz de mago, nervioso ante su primera actuación se mostró ante el público tembloroso e inexperto. Tropezó antes de subir al escenario, secó el sudor que corría por su frente y remangó los puños de su camisa. Sonrojado se quitó la chistera de la cabeza. La apresó entre sus dedos índice y pulgar y de ella sacó otra chistera menor. De la segunda chistera sacó una tercera algo más pequeña. De la tercera una cuarta... Como muñecas rusas iban apareciendo múltiples sombreros de copa, uno tras otro. Acompañaba su show cantando con un hilillo de voz sin ninguna clase de ritmo, canciones desafinadas propias de la infancia.
De la novena chistera salió una décima. El público no tuvo ganas ni de gritar lo penoso de la actuación, simplemente a cada nuevo sombrero se iba retirando de sus asientos en desbandadas. El aprendiz de mago, cada vez más trémulo seguía haciendo aparecer nuevos sombreros de copa dentro de otros de tamaño mayor. Cuando finalmente se podía definir la actuación como un fracaso porque únicamente quedaba un espectador mirándole con cara de lástima, el aprendiz de mago secó sus lágrimas disimuladamente y del último sombrero del tamaño de un dedal sacó un hipopótamo.

26 marzo 2006

Horario de verano +1


Podía haber aprovechado la hora invisible para beber una cerveza y dos copas en La Lupe, para quedarme en casa leyendo Malena es un nombre de tango, para hacerlo contigo dos veces, para llamar a mi mejor amiga y colgarme del teléfono; preguntarle qué tal, cómo le va con su nueva vida, hace tanto que no nos vemos… Podía haber limpiado el piso, aunque es una práctica poco usual en horas nocturnas, o seguir preparando mi próximo examen… Podía haber salido a la calle a sacar al perro, hacer zapping, darle de comer a la tortuga o haber empezado a escribir la reclamación (que tanta pereza me da) a la oficina de objetos perdidos de metro. Hubiera sido fantástico invertir esos sesenta minutos en reordenar mi cabeza mirando el techo tumbada en la cama. Pero agoté todas las posibilidades en un movimiento: Tomé el reloj entre mis manos y con lo que me molesta perder el tiempo desplacé las agujas tres mil seiscientos segundos hacia la derecha.

25 marzo 2006

Voz de la conciencia


De tantos pecados encubiertos, la voz de la conciencia se quedó afónica.

24 marzo 2006

La cámara digital


Una turista con gorra, mochila, y cara de cansancio junto al oso y el madroño en el centro de Madrid.

Foto 1 : A ver… no, no, espera, bórrala, vuélveme a sacar otra, en ésta estoy feísima, se me ven todas las arrugas.

Foto 2: Oh, no, fatal, bórrala, mira que barriga.

Foto 3: Pero es que… de verdad bórrala, ¡trata de sacar mi perfil bueno!

Foto 15: Sí, ésta es fantástica, ¿verdad que salgo bien?

Las cámaras digitales, qué gran invento, consiguen hacer del autoengaño una gran técnica.

23 marzo 2006

Formas de amar


Julián quería amarla en vida, Gimena quería morir de amor.

22 marzo 2006

La vie en rose


"Si uno no tiene la suerte de tener padres o abuelos que les quieran, hay que buscarlos. Yo misma, cuando murieron mis abuelos, me busqué otros en Nueva York".
(Sharon Stone en la presentación de 'Instinto básico 2:adicción al riesgo' publicado hoy en EL PAÍS.)
Nunca pensé que fuera tan sencillo.

17 marzo 2006

Vestido de seda


Para no haber amado en vano creó un vestido con la seda que dejaron las mariposas en su estómago.



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16 marzo 2006

Un minuto en la ciudad



En cada ventana de la ciudad se sucedían múltiples historias en el mismo minuto. De las 21:31 a las 21:32, una anciana cabeceaba con las últimas noticias del telediario, el separado llegaba a casa después de una larga jornada de trabajo y tiraba los zapatos lejos, ya nadie le podía obligar a recogerlos, entonces sonreía.
A las 21:31 los amantes cerraban ansiosos las cortinas del dormitorio. Pablo daba de comer a su pez de colores antes de acostarse y su madre le reñía “acabará reventando con tanta comida”. En esos sesenta precisos segundos saltaron cincuenta mil doscientas veinticuatro veces los termostatos del mismo número de microondas anunciando que la comida ya estaba caliente. Lucía se quitaba las lentillas de sus ojos enrojecidos, se desmaquillaba y se duchaba hasta que los dedos de los pies se le quedaban arrugados. Alguien sugería al servicio de habitaciones del Palace que les subieran una botella Dalmore y otros preparaban sus cartones para pasar la noche fuera. Unos leían la prensa del día sentados en el váter mientras algunos terminaban trabajo en el ordenador, chateaban, iniciaban una videoconferencia o tenían sexo telefónico.
De las 21:31 a las 21:32 yo escribía en un blog, mientras escuchaba música:


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14 marzo 2006

Las muñecas


Marion Bourseguin despreciaba aquellas muñecas porque le recordaban a su infancia, al libro de firmas de su primera comunión y a los calcetines bordados por la hermana de su madre. Por eso un día tomó la decisión de dejarlas olvidadas “por casualidad” en el patio trasero de casa. Ella quería ser mayor, empezar a rellenar su escote con papel higiénico, adquirir uno de esos sujetadores de puntillas en cualquier marché, enseñar sus piernas “por descuido”, quería quitarse las gafas de pasta que se pegaban a su cara de forma horrenda, y sobre todo deseaba empezar a descubrir qué era eso de jugar con los hombres.

Encima de los hierbajos las muñecas olvidadas se oxidaron casi de igual forma que lo hicieron hace años la bici de su hermano Grégory, las llantas del Citröen de papá y el trillador del abuelo. Aunque en realidad no sufrieron el mismo proceso; el sol hizo bultos en sus caras antes tersas y angelicales, se pudrieron al sol y comenzaron a abombarse partes de sus extremidades como hubieran sido atacadas por un enjambre de abejas; una cruel y despiadada alergia.

Siendo Bourseguin aún una precoz inexperta en el juego amatorio (no podía controlar que dejaran de sudarle las manos cada vez que se apartaban a rincones “en donde no les molestara la luz”) y una de esas pocas veces que su madre consiguió que le obedeciera, salió a tender la colada al patio. Después de tantos meses, se quedó mirando con arrogancia a aquellos bultos inexpresivos y en voz alta dijo:

- Vaya… No sabía que las muñecas envejecierais tan mal.

12 marzo 2006

El Show de W.C.


W.C.Carter, el humorista, tenía una tendencia increíble de confundir a su audiencia con sus discursos, quizá, precisamente por eso era el cómico más aclamado y solicitado de los Estados Unidos. El público reía enloquecido con cada palabra que Carter pronunciaba en su late-night, se revolvían en sus asientos con carcajadas rabiosas en un causa-efecto sorprendente. W.C.Carter o el “Hijo cómico de América”, como empezó a ser conocido, no entendía bien cuál era la clave de su éxito; se olvidaba de los finales de los chistes dejándolos siempre incompletos, tenía escasa facilidad de palabra y era un pésimo comunicador. Quizá entraban en juego sus facciones desordenadas, los agujeros negros de su tremenda nariz, los dientes apiñados en el interior de su diminuta boca, o su insignificante estatura. Su destartalada imagen fue estampada en camisetas, pegatinas de chicles, dedales y jarras de desayuno. Ni directivos, ni guionistas daban crédito a aquel fenómeno sociológico.

W.C. Carter a veces consideraba su virtud como un peligroso problema porque en ningún rincón de los cincuenta estados tomaban sus palabras como creíbles. Aunque pusiera todos sus esfuerzos en modular su voz hacia un tono más grave, todo lo que dijera o hiciera era considerado como el mejor de los chistes jamás inventados. Una noche en su programa “El Show de W.C.”, en riguroso directo, le dio un ataque al corazón. Nadie pudo actuar. Todos lo interpretaron como el más desternillante gag de su carrera como humorista. Fue una completa masacre. Poco después todo el público, uno a uno, afixiado entre carcajada y carcajada, moría de risa.
(Imagen Eduardo Bertone)

11 marzo 2006

En el parque


Esta mañana he salido al parque a leer un rato al sol. Mi instinto cotilla me ha apartado de la lectura guiándome hasta la conversación del banco de al lado sin poder atender a los desvaríos del gordo de Ignatius y sus aventuras con un carro de salchichas del libro de Jhon Kennedy Toole.

- Me gustaría tener los ojos marrones, por probar-. Le ha dicho ella a él, sonriente.
- No, entonces tu cara sería sosa, le faltaría expresión.
- ¿Perdona?, ¿quieres decir que si mis ojos no fueran azules sería fea, una de esas del montón?
- No, cariño, sólo quería decir que le faltaría algo a tu cara, tú al ser morena y con los ojos tan azules destacas entre las demás, si no, le faltaría algo.
- ¡Le faltaría algo!, ¿estás insinuando acaso que si yo tuviera los ojos marrones nunca te hubieras fijado en mí?

Se ha hecho un silencio

- No, cielo, sólo…, yo…., es que…, claro que sí, bueno no, no sé…quiero decir...
- Y además tienes la cara de dudarlo.

Otro silencio aún mayor

- ¡Pero dime algo!-inició ella.
- ¿Qué quieres que te diga?
- Joder, que me quieres, que claro que te hubieras fijado en mí aunque tuviera los ojos marrones o… ¡aunque no tuviera ojos! Que lo nuestro no sólo es físico, que es algo más, algo… ¡espiritual!, por ejemplo.
- ¿Pretendes que te lea el pensamiento?
- ¡Pues igual sí!, llegados a este punto de la relación, tanto tiempo juntos; deberías.

Silencio

A veces, -he pensado- la conversación es una máquina malévola. He fijado los ojos en el libro y, ahora sí, he perdido el mundo de vista.

(Fotografía: www.diegomanuel.com)

10 marzo 2006

Jugando a las películas


A veces Antoñín a eso de las seis de la tarde pasaba por mi piso a buscarme. Llamaba al timbre y me esperaba en la puerta, subíamos en el coche fúnebre de su padre y nos íbamos hasta el tanatorio que, a parte de ser el negocio familiar, también era su casa. Sus padres trabajaban entre “gente que había pasado a mejor vida” según me contaba el propio Antoñín. Mi mejor amigo hablaba con un tono casi susurrante, nunca alzaba la voz y jamás sonreía. Las primeras veces que me contaba que jamás había celebrado un aprobado en matemáticas, me sorprendí, después acabé acostumbrándome. Además me describía con pasión las múltiples y diversas tareas de su “casa fúnebre”; Me explicaba que su madre era tanatopráctico, que su hermano limpiaba la capilla y atendía en el mostrador y que él aún era “demasiado joven para entender estas cosas”. Nosotros nos entreteníamos jugando a las películas en la sala que aquel día coincidiera vacía.

De camino al estanco hoy he vuelto a ver a Antoñín, que ahora ya ha pasado a llamarse Antonio. Hacía años que no sabíamos el uno del otro. Me ha contado que se ha casado, que acaba de tener una niña: Sofía y que iba a la administración a cobrar los cuarenta euros que le habían tocado en la lotería del Estado. Ningún gesto de expresión de alegría en su boca, nada de euforia en su voz.

Me he alegrado de verle, probablemente, y casi con seguridad, sea el continuador del negocio familiar en su quinta generación, sé que le va realmente bien. Lo afirmaría con certeza porque durante el tiempo que pasamos juntos jugando a las películas en las salitas de su casa desarrollamos la habilidad de sonreír con los ojos. Y esta vez he vuelto a ver sus labios ascendentes y sus dientes claroscuros en ellos.

08 marzo 2006

La tienda de fotos


Ayer llevé unas fotos a revelar a la tienda fotográfica china a sólo dos calles de la mía. Por alguna extraña razón cuando entré me sentí como en casa. Creo que algo tenían que ver las fotografías de la familia asiática propietaria del local que se exponían a modo de pruebas de calidad en las paredes, en baldas, en el mostrador y en la puerta de entrada. En una, el cabeza de familia posaba con la Torre Eiffel de fondo, en otra su hija y su novio se besaban celebrando que acababan de pasar a ser recién casados, más al fondo, aparecían todos al completo, incluidos el abuelo y la abuela nonagenarios. Entonces sentí estar en vez de en una tienda de revelado, en el saloncito oriental, descalza sobre el tatami, de su propia casa.

Esta mañana al ir a recoger el encargo que les dejé, he observado que han incluido mi propia foto con un marco caoba en una de las vitrinas de la tienda. Entre horrorizada y feliz de camino a casa he entrado en una pastelería; hoy celebro formar parte de una nueva familia.

07 marzo 2006

Objetos de colección



Solía meter tus guiños de ojo en botes de conserva, los guardaba como prueba en la balda más alta de mi habitación. No era frecuente que un chico de los mayores mandara mensajes no verbales tan sutiles a una chica de segundo con aparato, de pelo rojo con electricidad estática para abastecer a la ciudad, y mirada asustadiza. Pasé horas muertas observando el bote; Eran como mariposas con pestañas que parpadeaban constantemente. Siempre trataba de asegurarme de que había cerrado la tapa con fuerza por si se escapaban volando, tenían una tendencia incomprensible de querer colarse por cualquier rendija.

Al poco tiempo, inexplicablemente, marchaste a la ciudad. Todo me recordaba a ti y los pasillos del colegio se quedaron sin mi pasatiempo favorito. Al pasar los meses y ver que no regresabas decidí disecar tus guiños de ojo y forrarme la carpeta con ellos. Ya sabes, era una quinceañera por aquel entonces.

05 marzo 2006

Croac, croac


De tanto besar ranas, tuvo que aprender a croar.

03 marzo 2006

Dear diary



Su mayor ilusión era tener un diario, pero le daba terror cada vez que lo abría. Pensaba, pensaba, pensaba… pero no tenía nada que contar. Repetía el proceso a diario sintiéndose cada vez más y más absurdo. Finalmente decidió quemar el diario.
Con el tiempo trató de curar su frustración; Ahora deja todas las noches post en blanco en un blog.

02 marzo 2006

Dos manifestaciones


Esta mañana había dos manifestaciones convocadas en la ciudad: Una saldría desde el comienzo de la calle Alcalá con dirección Cibeles y la otra desde plaza de España, pasando por Gran Vía hasta llegar al edificio de Correos. En la primera alguien empezó con un cartel discreto al que siguieron muchos más de forma espontánea:
¡No! A decir: No
Otro, a sólo unos pasos de éste, alzaba una diferente de tamaño algo mayor:
¡No, a las camas de 90!
Después se unieron más personas que comenzaron a escribir sus propias propuestas:
No, a los caramelos sin azúcar
No, al olor de los hospitales
No, a los buzones llenos de propaganda
¡No, a dormir sola en invierno, se me congelan los pies!
Por la calle Gran Vía avanzaba la segunda manifestación voceando diferentes mensajes:
¡¡¡Sí, a los zapatos de charol!!!
Sí, a las sonrisas entre desconocidos en el metro
Sí, a los abrazos interminables…
Sí, a las confesiones en mitad de la noche
Sí, a la tarta de manzana de mi abuela
Cuando se juntaron en el centro de la ciudad, no hubo gritos ni peleas; Sorprendidos, decidieron intercambiarse las pancartas.

01 marzo 2006

Kiss me, ¿please?


Los mejores besos son los inesperados. Sin duda, aquellos que no se piden. Algunos de esos que se dan por sorpresa en el jardín, con la llegada del buen tiempo, sobre una manta y bajo la sombra de un árbol gigante.

28 febrero 2006

Cansada de hombres superficiales


Estaba cansada de hombres que apenas sabían llevar una conversación más allá de fichajes de fútbol y asuntos económicos de dudosa importancia. Quizá por eso no duraban más que un café en cualquier bar, una copa en un pub, o unas horas entre las sábanas, siempre dentro de este margen. “Demasiado superficiales”, pensaba.

Esta vez, después de colgar el teléfono y acordar una cita para aquella misma tarde, intuía que iba a ser diferente. Terminó con la ducha y comenzó a arreglarse. Primero aplicó espuma en su pelo, lo secó con la cabeza boca abajo para darle volumen, siguió maquillando sus ojos con rimel y kohol para que parecieran más grandes, sin olvidarse de sus labios que fueron realzados con pintalabios mate y sus pómulos con colorete rosado.
Después empezó a vestirse comenzando por las medias reductoras que había comprado en aquella mercería de barrio, sobre las que iría una falda a la altura de la rodilla. Continuó abrochando cuidadosamente en su espalda el sujetador con relleno de las ocasiones especiales. Encima se puso una blusa negra de la que dejó abiertos un par de botones y espolvoreó en su escote polvos más oscuros para realzar esta zona. Se alzó en unos tacones de diez centímetros con los que ganó altura y, finalmente, roció sus muñecas con perfume por si alguno de los pasos anteriores fallaba a ritmo de una canción de Miguel Bosé que creía olvidada: “Su olor atrae a la ciencia, su carne al predador, lalala”. Salió de casa alegre, canturreando, sintiéndose totalmente segura de sí misma.

Lo que quedaba de la primera mujer a la segunda, simplemente era un misterio.

26 febrero 2006

La invitada especial


De nuevo, el vecino de abajo ha montado una fiesta privada en su habitación, como desde hace unos meses, el tiempo exacto desde que conoció a esa chica desgarbada de pelo lacio. A veces me fastidia ser la invitada especial a una velada tan íntima sin pretenderlo. He descubierto que son los tubos de la calefacción los que suben el sonido despedido hacia arriba como dentro de una nave espacial. 5,4,3,2,1… Es lo que tienen estos pisos de paredes de papelillo; A veces escucho los muelles oxidados de la cama del primero segunda, otras el martillo en reformas del tercero primera y casi todas las mañanas los gritos de la familia de al lado. A veces me da por pensar… ¿Si supieran que aparte de pintura sus paredes se revisten (por cuatro lados) de orejas, sentirían alguna clase de pudor?
En fin, cosas de la arquitectura.

22 febrero 2006

Blog de carretera

Esto parece un bar olvidado de luces intermitentes, uno de aquellos en los que apenas entra nadie por no querer ser los primeros en destruir esa tristeza. Un blog de carretera en donde únicamente en una esquina hay un viejo metiéndole mano a una joven, donde las puertas de los baños están pintarrajeadas por amores de verano y decenas de “yo estuve aquí”. Este blog es un cabaret de bailarinas con agujetas en la sonrisa que deciden pintársela por las noches. Esto es un pub irlandés en Finlandia en donde solo estamos tú y yo. Tendremos que organizar una fiesta de disfraces con farolillos en la entrada.

21 febrero 2006

La estación


La estación huele a humo de tubo de escape de autobús, ese que entra por la nariz y llega al cerebro en centésimas de segundo. Se respira en la parada de metro antes de salir del vagón. Avenida América huele a hollín, Sol huele a bollo, a gofre, ¿dónde estará esa pastelería fantasma?. El intercambiador huele a gente desconocida que va y viene con frentes en las que se lee: “con ganas de regresar a casa”. La estación de autobuses me recuerda que a sólo tres horas está el canjeo de besos cibernéticos, por tu boca, por palabras, por gemidos, por sonrisas. El intercambiador es esperar impaciente las llegadas y detestar, en el mismo lugar, el café sin taburete de las salidas. Es encontrarse en casa y regresar después con tupers, recordando un “llámanos-cuando-estés-allí”. La estación son nervios del tamaño de mi maleta con ruedas en el estómago, es volver, volver, volver…

19 febrero 2006

Tesoros escondidos

Estoy segura que de pequeña me contaron el cuento de Alí Baba antes de ir a dormir más veces de las adecuadas. Quizá por eso desde muy temprana edad andaba rebuscando entre el cajón de los calcetines de la habitación de mis padres algún cofre, o algún viejo tesoro escondido. Después me dio por excavar con una piedra los terrenos aún sin construir enfrente de casa. Un día encontré la concha de una almeja; llegué a la conclusión de que por mi barrio antes había pasado un mar. Algo más mayor en vez de estar siempre con las uñas llenas de tierra me dio por mirar al cielo. Empecé a leer a cualquier hora y me creía todo, también el horóscopo; “Cáncer: Color, el plateado. Son lunáticos. Día de la semana, el martes”. Por eso con once años me compraron un telescopio. Con él seguí buscando secretos más cercanos a los cráteres estelares. Empecé así a espiar a los vecinos, pero únicamente por si se me escapaba algún descubrimiento importante.
Ahora, con unos cuantos años más, a veces cuando duermo a tu lado me dan tentaciones de susurrar en tu oído; Sésamo, ábrete.
Ya sabes, únicamente por eso de saciar mi instinto de aventurera.

18 febrero 2006

Enter coin


Soledad, soledad, soledad... La palabra rebota entre las paredes de mi cuerpo como una bola de ping-ball. Soledad, soledad. Estornudo. Partida finalizada.
Se escapó por mi boca.

06 febrero 2006

Síndrome Denopatíaco

Justo después de que le diagnosticaran Síndrome Denopatíaco o de doble personalidad, pidió a su marido, con los ojos hundidos y abombados de llanto, la separación matrimonial.

Intuía que él le estaba siendo infiel.