23 enero 2007

Cambio climático


Nunca aceptó los cheques; “575 euros, páguese al portador”, “Vale por una semana en Holiday Park Resort; ¡ni se lo imagina!” que le llegaban a su nombre a la dirección postal de la televisión estatal para la que trabajaba. Jamás pensó por un segundo en aceptar los chantajes de complejos hoteleros, chiringuitos de playa, estaciones de ski, acuaparks o parques temáticos. El hombre del tiempo, en su espacio de cinco minutos, explicaba detallada y minuciosamente cómo afectaría, durante la jornada, la calima en la recogida de percebes y berberechos o cómo influían los anticiclones en que la ropa encogiera tras el lavado. Y por qué las rachas de leve a moderado alterarían el ciclo menstrual de las menopáusicas y qué tenían que ver las depresiones barométricas en las probabilidades de que los maridos consiguieran o no clavar un cuadro con éxito en las próximas 24 horas.

Precisamente porque todo estaba interconectado, le parecía inaceptable informar en su espacio de las nueve y cuarto de la noche que el próximo fin de semana los termómetros rozarían las temperaturas máximas (para que de esta manera los apartahoteles llenaran sus reservas), cuando en realidad era la época más propicia para buscar caracoles. Aunque le tentaran, tampoco era capaz de “aconsejar” a los televidentes a que ataran las tablas de snow en la vaca del coche sin pensarlo, en un invierno en el que se podían deshojar margaritas.

Única y excepcionalmente, se atrevió a modificar el parte meteorológico aquel domingo. No pudo resistirse en culpar a ese “terrible anticiclón” que estaba entrando por Ceuta y Melilla, para invitar a los recolectores de setas y de trufas a que se quedaran a leer el suplemento dominical en el calor del hogar; no había nada en el mundo que le diera más placer que salir a pasear por un campo solitario encima de su globo sonda.

El lunes siempre estaría a tiempo de rectificar achacándolo al cambio climático.


(Imagen:3amfromkyoto)

14 enero 2007

Polvos de arroz


Armando Boyer adora desvelarse de una a cinco de la madrugada de miércoles a domingo, porque en esa franja horaria emiten su programa de radio nocturno favorito. Mientras escucha las confesiones de solteros atormentados, amas de casa hiperactivas, camioneros con exceso de verborrea y taxistas esperando jovencitas a la salida de los disco-bares, aprovecha para empolvar su cara con polvos de arroz, frotarse los dientes con bicarbonato o preparar unos enjuagues de vinagre y limón que le ayudan a mantenerse esbelta. Le gusta llamar al programa a eso de las tres y veinte. La locutora entonces, sugerente, repite las mismas palabras: “Sintonizas 'El Confesionario' en riguroso directo, tenemos con nosotros a Ramona desde Toledo. Buenas noches, Ramona ¿qué te gustaría confesar a nuestra audiencia?” Entonces deja tres segundos de silencio en los que inventa una historia. 1, 2, 3... Carraspea y hace su voz tan aguda como la de las fruteras del mercado de la Boquería.
El programa ofrece el estándar de unos cinco minutos para cada intervención telefónica, aunque en algunas ocasiones conceden casi el doble del tiempo estipulado si consideran que la historia va acompañada por un extra de drama. Armando Boyer intenta ganar cada vez más segundos inventando más y mejores historias. Hoy es una monja toledana embarazada en un convento de clausura, ayer fue un empresario a punto de saltar desde la ventana de su oficina en un duodécimo piso de la Gran Vía, y mañana escuchará unos mensajes del más allá procedentes del extractor de humos de la cocina... aunque, pensándolo detenidamente, quizá opta por ser un boxeador de nariz partida con vocación de bailarín del Royal Ballet, aún no lo tiene claro. A día de hoy su récord han sido quince minutos cuarenta y siete segundos de su reloj isabelino. En el fondo Armando Boyer es muy pudoroso; jamás, ni retorcidamente..., n-u-n-c-a, se atrevería a confesar a los oyentes que ella es la reina de Saba.
(Imagen: Robert Laska)