26 marzo 2006

Horario de verano +1


Podía haber aprovechado la hora invisible para beber una cerveza y dos copas en La Lupe, para quedarme en casa leyendo Malena es un nombre de tango, para hacerlo contigo dos veces, para llamar a mi mejor amiga y colgarme del teléfono; preguntarle qué tal, cómo le va con su nueva vida, hace tanto que no nos vemos… Podía haber limpiado el piso, aunque es una práctica poco usual en horas nocturnas, o seguir preparando mi próximo examen… Podía haber salido a la calle a sacar al perro, hacer zapping, darle de comer a la tortuga o haber empezado a escribir la reclamación (que tanta pereza me da) a la oficina de objetos perdidos de metro. Hubiera sido fantástico invertir esos sesenta minutos en reordenar mi cabeza mirando el techo tumbada en la cama. Pero agoté todas las posibilidades en un movimiento: Tomé el reloj entre mis manos y con lo que me molesta perder el tiempo desplacé las agujas tres mil seiscientos segundos hacia la derecha.

25 marzo 2006

Voz de la conciencia


De tantos pecados encubiertos, la voz de la conciencia se quedó afónica.

24 marzo 2006

La cámara digital


Una turista con gorra, mochila, y cara de cansancio junto al oso y el madroño en el centro de Madrid.

Foto 1 : A ver… no, no, espera, bórrala, vuélveme a sacar otra, en ésta estoy feísima, se me ven todas las arrugas.

Foto 2: Oh, no, fatal, bórrala, mira que barriga.

Foto 3: Pero es que… de verdad bórrala, ¡trata de sacar mi perfil bueno!

Foto 15: Sí, ésta es fantástica, ¿verdad que salgo bien?

Las cámaras digitales, qué gran invento, consiguen hacer del autoengaño una gran técnica.

23 marzo 2006

Formas de amar


Julián quería amarla en vida, Gimena quería morir de amor.

22 marzo 2006

La vie en rose


"Si uno no tiene la suerte de tener padres o abuelos que les quieran, hay que buscarlos. Yo misma, cuando murieron mis abuelos, me busqué otros en Nueva York".
(Sharon Stone en la presentación de 'Instinto básico 2:adicción al riesgo' publicado hoy en EL PAÍS.)
Nunca pensé que fuera tan sencillo.

17 marzo 2006

Vestido de seda


Para no haber amado en vano creó un vestido con la seda que dejaron las mariposas en su estómago.



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16 marzo 2006

Un minuto en la ciudad



En cada ventana de la ciudad se sucedían múltiples historias en el mismo minuto. De las 21:31 a las 21:32, una anciana cabeceaba con las últimas noticias del telediario, el separado llegaba a casa después de una larga jornada de trabajo y tiraba los zapatos lejos, ya nadie le podía obligar a recogerlos, entonces sonreía.
A las 21:31 los amantes cerraban ansiosos las cortinas del dormitorio. Pablo daba de comer a su pez de colores antes de acostarse y su madre le reñía “acabará reventando con tanta comida”. En esos sesenta precisos segundos saltaron cincuenta mil doscientas veinticuatro veces los termostatos del mismo número de microondas anunciando que la comida ya estaba caliente. Lucía se quitaba las lentillas de sus ojos enrojecidos, se desmaquillaba y se duchaba hasta que los dedos de los pies se le quedaban arrugados. Alguien sugería al servicio de habitaciones del Palace que les subieran una botella Dalmore y otros preparaban sus cartones para pasar la noche fuera. Unos leían la prensa del día sentados en el váter mientras algunos terminaban trabajo en el ordenador, chateaban, iniciaban una videoconferencia o tenían sexo telefónico.
De las 21:31 a las 21:32 yo escribía en un blog, mientras escuchaba música:


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14 marzo 2006

Las muñecas


Marion Bourseguin despreciaba aquellas muñecas porque le recordaban a su infancia, al libro de firmas de su primera comunión y a los calcetines bordados por la hermana de su madre. Por eso un día tomó la decisión de dejarlas olvidadas “por casualidad” en el patio trasero de casa. Ella quería ser mayor, empezar a rellenar su escote con papel higiénico, adquirir uno de esos sujetadores de puntillas en cualquier marché, enseñar sus piernas “por descuido”, quería quitarse las gafas de pasta que se pegaban a su cara de forma horrenda, y sobre todo deseaba empezar a descubrir qué era eso de jugar con los hombres.

Encima de los hierbajos las muñecas olvidadas se oxidaron casi de igual forma que lo hicieron hace años la bici de su hermano Grégory, las llantas del Citröen de papá y el trillador del abuelo. Aunque en realidad no sufrieron el mismo proceso; el sol hizo bultos en sus caras antes tersas y angelicales, se pudrieron al sol y comenzaron a abombarse partes de sus extremidades como hubieran sido atacadas por un enjambre de abejas; una cruel y despiadada alergia.

Siendo Bourseguin aún una precoz inexperta en el juego amatorio (no podía controlar que dejaran de sudarle las manos cada vez que se apartaban a rincones “en donde no les molestara la luz”) y una de esas pocas veces que su madre consiguió que le obedeciera, salió a tender la colada al patio. Después de tantos meses, se quedó mirando con arrogancia a aquellos bultos inexpresivos y en voz alta dijo:

- Vaya… No sabía que las muñecas envejecierais tan mal.

12 marzo 2006

El Show de W.C.


W.C.Carter, el humorista, tenía una tendencia increíble de confundir a su audiencia con sus discursos, quizá, precisamente por eso era el cómico más aclamado y solicitado de los Estados Unidos. El público reía enloquecido con cada palabra que Carter pronunciaba en su late-night, se revolvían en sus asientos con carcajadas rabiosas en un causa-efecto sorprendente. W.C.Carter o el “Hijo cómico de América”, como empezó a ser conocido, no entendía bien cuál era la clave de su éxito; se olvidaba de los finales de los chistes dejándolos siempre incompletos, tenía escasa facilidad de palabra y era un pésimo comunicador. Quizá entraban en juego sus facciones desordenadas, los agujeros negros de su tremenda nariz, los dientes apiñados en el interior de su diminuta boca, o su insignificante estatura. Su destartalada imagen fue estampada en camisetas, pegatinas de chicles, dedales y jarras de desayuno. Ni directivos, ni guionistas daban crédito a aquel fenómeno sociológico.

W.C. Carter a veces consideraba su virtud como un peligroso problema porque en ningún rincón de los cincuenta estados tomaban sus palabras como creíbles. Aunque pusiera todos sus esfuerzos en modular su voz hacia un tono más grave, todo lo que dijera o hiciera era considerado como el mejor de los chistes jamás inventados. Una noche en su programa “El Show de W.C.”, en riguroso directo, le dio un ataque al corazón. Nadie pudo actuar. Todos lo interpretaron como el más desternillante gag de su carrera como humorista. Fue una completa masacre. Poco después todo el público, uno a uno, afixiado entre carcajada y carcajada, moría de risa.
(Imagen Eduardo Bertone)

11 marzo 2006

En el parque


Esta mañana he salido al parque a leer un rato al sol. Mi instinto cotilla me ha apartado de la lectura guiándome hasta la conversación del banco de al lado sin poder atender a los desvaríos del gordo de Ignatius y sus aventuras con un carro de salchichas del libro de Jhon Kennedy Toole.

- Me gustaría tener los ojos marrones, por probar-. Le ha dicho ella a él, sonriente.
- No, entonces tu cara sería sosa, le faltaría expresión.
- ¿Perdona?, ¿quieres decir que si mis ojos no fueran azules sería fea, una de esas del montón?
- No, cariño, sólo quería decir que le faltaría algo a tu cara, tú al ser morena y con los ojos tan azules destacas entre las demás, si no, le faltaría algo.
- ¡Le faltaría algo!, ¿estás insinuando acaso que si yo tuviera los ojos marrones nunca te hubieras fijado en mí?

Se ha hecho un silencio

- No, cielo, sólo…, yo…., es que…, claro que sí, bueno no, no sé…quiero decir...
- Y además tienes la cara de dudarlo.

Otro silencio aún mayor

- ¡Pero dime algo!-inició ella.
- ¿Qué quieres que te diga?
- Joder, que me quieres, que claro que te hubieras fijado en mí aunque tuviera los ojos marrones o… ¡aunque no tuviera ojos! Que lo nuestro no sólo es físico, que es algo más, algo… ¡espiritual!, por ejemplo.
- ¿Pretendes que te lea el pensamiento?
- ¡Pues igual sí!, llegados a este punto de la relación, tanto tiempo juntos; deberías.

Silencio

A veces, -he pensado- la conversación es una máquina malévola. He fijado los ojos en el libro y, ahora sí, he perdido el mundo de vista.

(Fotografía: www.diegomanuel.com)

10 marzo 2006

Jugando a las películas


A veces Antoñín a eso de las seis de la tarde pasaba por mi piso a buscarme. Llamaba al timbre y me esperaba en la puerta, subíamos en el coche fúnebre de su padre y nos íbamos hasta el tanatorio que, a parte de ser el negocio familiar, también era su casa. Sus padres trabajaban entre “gente que había pasado a mejor vida” según me contaba el propio Antoñín. Mi mejor amigo hablaba con un tono casi susurrante, nunca alzaba la voz y jamás sonreía. Las primeras veces que me contaba que jamás había celebrado un aprobado en matemáticas, me sorprendí, después acabé acostumbrándome. Además me describía con pasión las múltiples y diversas tareas de su “casa fúnebre”; Me explicaba que su madre era tanatopráctico, que su hermano limpiaba la capilla y atendía en el mostrador y que él aún era “demasiado joven para entender estas cosas”. Nosotros nos entreteníamos jugando a las películas en la sala que aquel día coincidiera vacía.

De camino al estanco hoy he vuelto a ver a Antoñín, que ahora ya ha pasado a llamarse Antonio. Hacía años que no sabíamos el uno del otro. Me ha contado que se ha casado, que acaba de tener una niña: Sofía y que iba a la administración a cobrar los cuarenta euros que le habían tocado en la lotería del Estado. Ningún gesto de expresión de alegría en su boca, nada de euforia en su voz.

Me he alegrado de verle, probablemente, y casi con seguridad, sea el continuador del negocio familiar en su quinta generación, sé que le va realmente bien. Lo afirmaría con certeza porque durante el tiempo que pasamos juntos jugando a las películas en las salitas de su casa desarrollamos la habilidad de sonreír con los ojos. Y esta vez he vuelto a ver sus labios ascendentes y sus dientes claroscuros en ellos.

08 marzo 2006

La tienda de fotos


Ayer llevé unas fotos a revelar a la tienda fotográfica china a sólo dos calles de la mía. Por alguna extraña razón cuando entré me sentí como en casa. Creo que algo tenían que ver las fotografías de la familia asiática propietaria del local que se exponían a modo de pruebas de calidad en las paredes, en baldas, en el mostrador y en la puerta de entrada. En una, el cabeza de familia posaba con la Torre Eiffel de fondo, en otra su hija y su novio se besaban celebrando que acababan de pasar a ser recién casados, más al fondo, aparecían todos al completo, incluidos el abuelo y la abuela nonagenarios. Entonces sentí estar en vez de en una tienda de revelado, en el saloncito oriental, descalza sobre el tatami, de su propia casa.

Esta mañana al ir a recoger el encargo que les dejé, he observado que han incluido mi propia foto con un marco caoba en una de las vitrinas de la tienda. Entre horrorizada y feliz de camino a casa he entrado en una pastelería; hoy celebro formar parte de una nueva familia.

07 marzo 2006

Objetos de colección



Solía meter tus guiños de ojo en botes de conserva, los guardaba como prueba en la balda más alta de mi habitación. No era frecuente que un chico de los mayores mandara mensajes no verbales tan sutiles a una chica de segundo con aparato, de pelo rojo con electricidad estática para abastecer a la ciudad, y mirada asustadiza. Pasé horas muertas observando el bote; Eran como mariposas con pestañas que parpadeaban constantemente. Siempre trataba de asegurarme de que había cerrado la tapa con fuerza por si se escapaban volando, tenían una tendencia incomprensible de querer colarse por cualquier rendija.

Al poco tiempo, inexplicablemente, marchaste a la ciudad. Todo me recordaba a ti y los pasillos del colegio se quedaron sin mi pasatiempo favorito. Al pasar los meses y ver que no regresabas decidí disecar tus guiños de ojo y forrarme la carpeta con ellos. Ya sabes, era una quinceañera por aquel entonces.

05 marzo 2006

Croac, croac


De tanto besar ranas, tuvo que aprender a croar.

03 marzo 2006

Dear diary



Su mayor ilusión era tener un diario, pero le daba terror cada vez que lo abría. Pensaba, pensaba, pensaba… pero no tenía nada que contar. Repetía el proceso a diario sintiéndose cada vez más y más absurdo. Finalmente decidió quemar el diario.
Con el tiempo trató de curar su frustración; Ahora deja todas las noches post en blanco en un blog.

02 marzo 2006

Dos manifestaciones


Esta mañana había dos manifestaciones convocadas en la ciudad: Una saldría desde el comienzo de la calle Alcalá con dirección Cibeles y la otra desde plaza de España, pasando por Gran Vía hasta llegar al edificio de Correos. En la primera alguien empezó con un cartel discreto al que siguieron muchos más de forma espontánea:
¡No! A decir: No
Otro, a sólo unos pasos de éste, alzaba una diferente de tamaño algo mayor:
¡No, a las camas de 90!
Después se unieron más personas que comenzaron a escribir sus propias propuestas:
No, a los caramelos sin azúcar
No, al olor de los hospitales
No, a los buzones llenos de propaganda
¡No, a dormir sola en invierno, se me congelan los pies!
Por la calle Gran Vía avanzaba la segunda manifestación voceando diferentes mensajes:
¡¡¡Sí, a los zapatos de charol!!!
Sí, a las sonrisas entre desconocidos en el metro
Sí, a los abrazos interminables…
Sí, a las confesiones en mitad de la noche
Sí, a la tarta de manzana de mi abuela
Cuando se juntaron en el centro de la ciudad, no hubo gritos ni peleas; Sorprendidos, decidieron intercambiarse las pancartas.

01 marzo 2006

Kiss me, ¿please?


Los mejores besos son los inesperados. Sin duda, aquellos que no se piden. Algunos de esos que se dan por sorpresa en el jardín, con la llegada del buen tiempo, sobre una manta y bajo la sombra de un árbol gigante.