Para ser miembro de “El club náutico” se necesitaba algo más de lo que podía desear la clase media, no sólo era atractivo, exquisitez, finura y saber estar, era algo más.
El club fue formado por Antón Robledo; después de que un lunes siete de marzo (aproximadamente hacia media mañana) y cansado de servir cañas en el bar de barrio “El Calamar” sintiera la necesidad imperiosa de añadir un toque de glamour a su oficio. Servir agua carbonatada Perrier en la costa le aportaba un aire interesante que sin duda alguna se vio reflejada en su pose a la hora de desempeñar su cargo y de relacionarse con los demás.
Después, una exigente selección. Cada miembro tenía que merecer realmente su carnet de socio; Unos músculos marcados que necesitaban ser mirados, una rubia deseosa de fama, un slip ceñido en busca de libertad, una señora madura que no sabía nadar, un aspirante a corresponsal frustrado, una bañista que necesitaba conseguir su mejor marca y una intelectual que deseaba dar celos a su ex- marido, fueron los escogidos para entrar en el círculo.
Después del chapuzón en la piscina de plástico, de saborear los canapés de mortadela y tortilla y de tomar "el sol", retiraban el póster del puerto, apagaban los focos, cerraban la sombrilla, y se despedían hasta el día siguiente sintiéndose más guapos, más ricos y más bronceados.
(Imagen Marcos López)
1 comentario:
Creo que no quiero ser parte del club. De todas maneras no cumplo semejantes requisitos.
Beso.
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