Calamares gigantes y pulpos kilométricos que avanzaban desplegando sus tentáculos, algas que se enroscaban en los pies, caballitos de mar, tiburones de mandíbula despiadada, medusas violáceas de irritante picadura, delfines terapéuticos, peces espada, mejillones con barbas, esponjas, ballenas encalladas que perdieron el rumbo, almejas que albergaban piedras preciosas con las que se elaboraban costosos abalorios… se lo repetían cada verano, año tras año, cada vez que viajaban kilómetros hasta la costa, con detalles extremadamente cuidados, entusiasmados, suplicantes, como si tuvieran algún interés en ello.
Aunque el pequeño asentía con la cabeza cada verano, año tras año, cada vez que viajaban hasta la costa, nunca quiso creerles.
(Imagen: Guennadi Ulibin)
1 comentario:
Es lo que tiene que te digan, y te repitan, que no hables con extraños. Hasta que descubres que los extraños saben más que tú y además son buena gente. Pero la verdad es que no me imagino conversando con una almeja, porque resulta que también me enseñaron que no es de buena educación hablar con la boca llena...vaya padres, vaya padres.
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