Mamá mosca esperaba a que llegara la primera quincena de junio para tener a sus crías. Había que saber escoger porque sin duda, no todos los lugares eran buenos para desovar, puntuaba como excelentes: los pliegues de un filete sin tapar en la cocina, algunos excrementos que hacían de magníficas incubadoras callejeras al conservar la temperatura idónea para sus huevos y la mayoría de los melocotones podridos que quedan olvidados en fruteros. Después, ser paciente y esperar.
El instinto maternal de mamá mosca estaba muy desarrollado, debía permanecer alerta en su vuelo, en la ciudad había tantos momentos de peligro que nunca podía despistarse; insecticidas respetuosos con las plantas, mosquiteras, lunas de coches, anzuelos para pescar los domingos en el río, matamoscas de plástico, bolsas de agua colgadas del marco de las ventanas, trapos de cocina y lámparas electrocutadotas de seis vatios de potencia. Mamá mosca adoptaba un aspecto salvaje, mamá mosca se convertía en mosca asesina cuando en verano, alguien ponía en peligro la vida de sus pequeños.
El instinto maternal de mamá mosca estaba muy desarrollado, debía permanecer alerta en su vuelo, en la ciudad había tantos momentos de peligro que nunca podía despistarse; insecticidas respetuosos con las plantas, mosquiteras, lunas de coches, anzuelos para pescar los domingos en el río, matamoscas de plástico, bolsas de agua colgadas del marco de las ventanas, trapos de cocina y lámparas electrocutadotas de seis vatios de potencia. Mamá mosca adoptaba un aspecto salvaje, mamá mosca se convertía en mosca asesina cuando en verano, alguien ponía en peligro la vida de sus pequeños.
(Imagen: Witkin Joel Peter)
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