Conoció a Charlote cuando ella ejercía la profesión de modelo de escaparate en unos grandes almacenes: “Pendientes y gargantilla Tous 527 euros, vestido Carolina Herrera 1.250 euros”. Dependiendo del día Charlote podía pasar por una alta ejecutiva, de pose altanera y mirada perdida en referentes macroeconómicos y subidas del Ibex. Otras veces, Charlote parecía mostrarse como una afamada escritora que podía haber vendido, perfectamente, más de un millón de copias de la saga de libros del niño superdotado que vivía en Urano. Quizá también podía haber conseguido que tradujeran a quince idiomas la historia del valeroso caballero que no podía portar su casco por un problema en el cuero cabelludo.
Desoía a quienes le decían que su esposa tenía una piel demasiado fría, que su conversación era prácticamente nula, que jamás sonreía y que a veces estaba como ausente. Charlote representaba todas las metas que él no había podido conseguir, por eso una tarde de mayo le juró amor eterno. ¿Y qué, si Charlote sufría un problema en la dermis, si su genética desarrolló un exceso de moléculas gigantes llamadas polímeros… y qué si tenía un exceso de plástico en el cuerpo? “Nadie entenderá nunca nada” se repetía. Amaba a Charlote; no por lo que era, sino por lo que podía llegar a ser.
(Imagen: Elena Dorfman)
4 comentarios:
charlote...dónde te has metido?
Ella al menos no oculta su constitución artificial. Hay quien, pareciendo de carne, resulta tener el pecho de plástico.Y eso es mucho peor.
Es una hermosa historia...
Un saludo.
quizá solo hay q saber mirar.
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