Todas las chicas de quinto curso de primaria del prestigioso centro “Ohio School con proyecto pedagógico bilingüe” tenían como mascota a un gatito persa. Sami, Mini, Anita y Nini eran los nombres de las mascotas de sus cuatro mejores amigas. Natasha había escogido ya el nombre para su felino: Dalila. Al llegar a casa, una preciosa mansión palaciega a las afueras de la ciudad, la señora Roshemore recibió la noticia horrorizada.
- ¿Un gato?, ¡ni hablar! A esos bichos se les cae el pelo, se quedarán pegados en la moqueta, en la ropa, y ese olor…- entonces arrugó la nariz, frunció el ceño y torció la boca hacia el lado derecho. La misma mueca que se creaba en su cara cuando escuchaba una palabra de mal gusto-. Ni hablar.
A la señora Roshemore le disgustaba no poder complacer las necesidades de su única hija.
- Si quieres- continuó- te compraremos un canario de África, con pedigrí, educado y de muchos colores.
Natasha impuso una severa disciplina a su canario africano. Todas las mañanas le repetía 300 veces (en bloques de 20) la frase: “Soy un gato persa”, estaba convencida de que con perseverancia pronto sería capaz de repetirla. Después ataba unos cordeles a sus patas y lo sacaba a pasear a la calle. Además le daba de comer unas bolitas deshidratadas con altas propiedades nutritivas; nunca consiguió que probara el atún. Un día Dalila se escapó cuando su dueña olvidó cerrar la trampilla de su jaula. Natasha no lloró; sabía que su mascota andaría por alguno de los tejados de la ciudad intentando cazar alguna paloma. Estaba convencida de que regresaría.
- ¿Un gato?, ¡ni hablar! A esos bichos se les cae el pelo, se quedarán pegados en la moqueta, en la ropa, y ese olor…- entonces arrugó la nariz, frunció el ceño y torció la boca hacia el lado derecho. La misma mueca que se creaba en su cara cuando escuchaba una palabra de mal gusto-. Ni hablar.
A la señora Roshemore le disgustaba no poder complacer las necesidades de su única hija.
- Si quieres- continuó- te compraremos un canario de África, con pedigrí, educado y de muchos colores.
Natasha impuso una severa disciplina a su canario africano. Todas las mañanas le repetía 300 veces (en bloques de 20) la frase: “Soy un gato persa”, estaba convencida de que con perseverancia pronto sería capaz de repetirla. Después ataba unos cordeles a sus patas y lo sacaba a pasear a la calle. Además le daba de comer unas bolitas deshidratadas con altas propiedades nutritivas; nunca consiguió que probara el atún. Un día Dalila se escapó cuando su dueña olvidó cerrar la trampilla de su jaula. Natasha no lloró; sabía que su mascota andaría por alguno de los tejados de la ciudad intentando cazar alguna paloma. Estaba convencida de que regresaría.
(Imagen: Lovisa Ringborg)
6 comentarios:
y regresó, después de poco más de una semana de ausencia (creo que fueron 9 días pero tendría que mirarlo), con la pata herida y maullando desconsoladamente. Ya no quiso encerrarse en la jaula, prefería ronronear, afilarse las uñas en la alfombra y cazar canarios.
Murió al mes siguiente, lástima, de un traumatismo craneal debido al fuerte golpe que se dio contra el espejo del dormitorio de Natasha.
jaja, perfecto final Edgar!! Clap, clap... dejemos que se cierre el telón y vayamos a imprimir también tu nombre para que aparezca en los títulos de crédito. ;)
fantástico, me has revuelto el cerebro con un montón de recuerdos de animales, educacion, colegio y demás platos. y te ficho en mis bookmarks. ole.
bueno bueno bueno, ahora me tengo que ir a la cama y ser un buen tipo, pero estate segura que volveré a leerte. A leerte todo, porque aqui hay chicha niña, aqui hay chicha.
nos vemos pronto.
Te voy a pedir un favor, ¿podrías domesticarme a mi? Te lo suplico.
Yo de pequeño,les cogí un cariño grandisimo a unas amebas que aparecieron en un vaso no se muy bien de que...tampoco sé exactamente si son del genero animal....pero a mí me daba igual....las queria
Publicar un comentario