Ayer llevé unas fotos a revelar a la tienda fotográfica china a sólo dos calles de la mía. Por alguna extraña razón cuando entré me sentí como en casa. Creo que algo tenían que ver las fotografías de la familia asiática propietaria del local que se exponían a modo de pruebas de calidad en las paredes, en baldas, en el mostrador y en la puerta de entrada. En una, el cabeza de familia posaba con la Torre Eiffel de fondo, en otra su hija y su novio se besaban celebrando que acababan de pasar a ser recién casados, más al fondo, aparecían todos al completo, incluidos el abuelo y la abuela nonagenarios. Entonces sentí estar en vez de en una tienda de revelado, en el saloncito oriental, descalza sobre el tatami, de su propia casa.
Esta mañana al ir a recoger el encargo que les dejé, he observado que han incluido mi propia foto con un marco caoba en una de las vitrinas de la tienda. Entre horrorizada y feliz de camino a casa he entrado en una pastelería; hoy celebro formar parte de una nueva familia.
Esta mañana al ir a recoger el encargo que les dejé, he observado que han incluido mi propia foto con un marco caoba en una de las vitrinas de la tienda. Entre horrorizada y feliz de camino a casa he entrado en una pastelería; hoy celebro formar parte de una nueva familia.
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