Estoy segura que de pequeña me contaron el cuento de Alí Baba antes de ir a dormir más veces de las adecuadas. Quizá por eso desde muy temprana edad andaba rebuscando entre el cajón de los calcetines de la habitación de mis padres algún cofre, o algún viejo tesoro escondido. Después me dio por excavar con una piedra los terrenos aún sin construir enfrente de casa. Un día encontré la concha de una almeja; llegué a la conclusión de que por mi barrio antes había pasado un mar. Algo más mayor en vez de estar siempre con las uñas llenas de tierra me dio por mirar al cielo. Empecé a leer a cualquier hora y me creía todo, también el horóscopo; “Cáncer: Color, el plateado. Son lunáticos. Día de la semana, el martes”. Por eso con once años me compraron un telescopio. Con él seguí buscando secretos más cercanos a los cráteres estelares. Empecé así a espiar a los vecinos, pero únicamente por si se me escapaba algún descubrimiento importante.
Ahora, con unos cuantos años más, a veces cuando duermo a tu lado me dan tentaciones de susurrar en tu oído; Sésamo, ábrete.
Ya sabes, únicamente por eso de saciar mi instinto de aventurera.
Ahora, con unos cuantos años más, a veces cuando duermo a tu lado me dan tentaciones de susurrar en tu oído; Sésamo, ábrete.
Ya sabes, únicamente por eso de saciar mi instinto de aventurera.
1 comentario:
Palabras simples grandes mensajes. Muy bueno.
Bicos e apertas.
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