26 septiembre 2006

La publicación


Fueron la familia escogida para la portada del anuario “Familias Marianas unidas en confraternización”. Su fotografía sería impresa en el número 27 y llegaría a los buzones de los 376 hogares de la congregación en el mes de marzo aproximadamente. La selección era un proceso largo y costoso que constaba de varias fases: test de afinidad entre los miembros de la familia, nivel de entendimiento frente a las adversidades, degustación culinaria, mantenimiento básico de la instalación eléctrica del hogar, cuidado y adecentamiento personal y desparasitación de los animales domésticos, entre otras. Estaban orgullosos, formaban un buen equipo; Sarah, la pequeña, ayudaba con el pastel de zanahoria que mamá preparaba los domingos, mamá Chapman ayudaba a papá cuando subía al tejado para sintonizar la antena de televisión después de una fuerte tormenta y papá Chapman ayudaba a Sarah dando mantequilla al molde en el que se hornearía el pastel de zanahoria.

En un extenso reportaje de unas 10 páginas se describía la historia familiar y se daban consejos útiles con titulares como: “50 claves para que vuestra familia se parezca a la de los Chapman” o “Construid juntos un submarino de maqueta como el del señor Chapman”. La publicación fue un éxito, les llegaron cartas para felicitarles por la fortaleza de sus lazos desde países que nunca habían escuchado: Suiza, España, Holanda o Zimbawe. Entonces se abrazaban y lloraban emocionados. Cuando recibieron el ejemplar en su domicilio se sintieron profundamente satisfechos, les encantaba la expresión de su rostro, los colores brillantes, el vestuario y el decorado que habían escogido para la fotografía: el taburete, las babuchas, la alfombra persa, el color de la corbata, la enciclopedia como alzador… lástima que a mamá Chapman se le olvidara pintarse las uñas de su color favorito.

(Imagen: Robyn Cumming)

18 septiembre 2006

Cazarrecompensas


Era el cazarrecompensas más afamado de la ciudad, catorce años como profesional le daban el prestigio suficiente como para tener trabajo treinta o treinta y un días al mes. Empezó en esta profesión por casualidad cuando un día de primavera encontró una maleta extraviada en uno de los andenes del metro de Nueva York, concretamente en la estación de Astor Place. Su primera entrega fue sencilla: Buscó la tarjeta con los datos postales, cambió su rumbo (el pastel de carne de su madre tendría que esperar) y se dirigió hasta Brooklyn Bridge-City Hall. Encontró la casa de planta baja y entregó el equipaje a su agradecida y septagenaria dueña, que además de darle a conciencia dos sonoros besos en la comisura de los labios le ofreció galletitas con pasas y naranja en el interior de la estancia.

Después y casi por obligación tuvo que devolver a Duni, el gato de angora de la señora Loggins, 300 dólares por la mascota de compañía. Luego fueron relojes con incrustaciones de cuarzo -500 dólares-, carteras de Louis Vuitton -450 dólares-, caniches, malteses o chihuahuas de pelo corto y brillante. Era fácil encontrar a las dueñas de cada pertenencia; todas las entregas llevaban escondida una pequeña indicación, un teléfono o número de puerta.

El cazarrecompensas entonces accedía a tomar té, limonada, magdalenas caseras y barquillos sin azúcar cuando los maridos se habían ido, o quince años después de que hubieran muerto; devolviendo así cada entrega con un extra de lubricidad. Antes de irse tomaba los sobres que las señoras le daban con la suma de dinero que éste consideraba aceptable “dependiendo de la distancia, dificultad y riesgo”-decía, “dependiendo de las arrugas y la turgencia de la piel”-pensaba. El cazarrecompensas aseguraba así una segunda entrega.
(Imagen: Sven Jacobsen)

12 septiembre 2006

Colirio de farmacia


No era fácil mantener la mentira siete días a la semana. Dos amantes significaba multiplicar todo por dos: número de citas, zapatos, prendas en el armario, cambio de sábanas y coladas diarias. Era difícil mantener la naturalidad para que todo encajara como un engranaje perfecto; la sonrisa impecable, los ojos brillantes. Por eso nunca olvidaba llevar en su bolso el kit imprescindible para ser la perfecta enamorada: la agenda de anillas, el pintalabios 148 hot kiss y el colirio de farmacia (posología: 1 a 2 gotas antes de cada cita).
Biagio era atento y cuidadoso, ordenado y fiel. Le decía que algún día se casaría con ella, le prometía una casa en el campo, cuatro hijos, un perro y un jardinero que se preocuparía de darle formas originales a los arbustos. Biagio sabía escuchar sus problemas y además le ofrecía soluciones coherentes.
Edmundo desoía sus preocupaciones, asentía mientras le tocaba el muslo, y silenciaba sus palabras a besos. Edmundo era pasional, masculino, y bohemio. Cuando estaba con ella le decía que en un futuro harían un viaje encima de su moto por las llanuras de los Estados Unidos, que pararían en cada Motel “para descansar” y que después continuarían su camino.
Tener un amante extra también tenía sus ventajas; dos regalos de cumpleaños, dos semanas de vacaciones en agosto y doble número de posibilidades de que la invitaran a cenar. Nunca se sintió mal, qué culpa tenía ella -se preguntaba- de que a parte de ser indecisa también fuera una mujer caprichosa.
(Imagen: Agatha Katzensprung)

05 septiembre 2006

Domesticación de animales


Todas las chicas de quinto curso de primaria del prestigioso centro “Ohio School con proyecto pedagógico bilingüe” tenían como mascota a un gatito persa. Sami, Mini, Anita y Nini eran los nombres de las mascotas de sus cuatro mejores amigas. Natasha había escogido ya el nombre para su felino: Dalila. Al llegar a casa, una preciosa mansión palaciega a las afueras de la ciudad, la señora Roshemore recibió la noticia horrorizada.

- ¿Un gato?, ¡ni hablar! A esos bichos se les cae el pelo, se quedarán pegados en la moqueta, en la ropa, y ese olor…- entonces arrugó la nariz, frunció el ceño y torció la boca hacia el lado derecho. La misma mueca que se creaba en su cara cuando escuchaba una palabra de mal gusto-. Ni hablar.

A la señora Roshemore le disgustaba no poder complacer las necesidades de su única hija.

- Si quieres- continuó- te compraremos un canario de África, con pedigrí, educado y de muchos colores.

Natasha impuso una severa disciplina a su canario africano. Todas las mañanas le repetía 300 veces (en bloques de 20) la frase: “Soy un gato persa”, estaba convencida de que con perseverancia pronto sería capaz de repetirla. Después ataba unos cordeles a sus patas y lo sacaba a pasear a la calle. Además le daba de comer unas bolitas deshidratadas con altas propiedades nutritivas; nunca consiguió que probara el atún. Un día Dalila se escapó cuando su dueña olvidó cerrar la trampilla de su jaula. Natasha no lloró; sabía que su mascota andaría por alguno de los tejados de la ciudad intentando cazar alguna paloma. Estaba convencida de que regresaría.
(Imagen: Lovisa Ringborg)