27 abril 2006

El toque original


- El vestido, demasiado soso… - Le susurró Anabella, su suegra, a las puertas de la iglesia, minutos antes de que se dispusiera a pronunciar el monosílabo mágico que le uniría a su hijo eternamente.

Repitió las dos palabras dentro de su cabeza dos mil doscientas cincuenta y cuatro veces. “Demasiado soso, demasiado soso, demasiado soso, demasiado soso… Necesito un toque original". La vez dos mil doscientas cincuenta y cinco fue silenciada por el sonido de un clic del fotógrafo encargado del reportaje de tan feliz evento.

“Siempre tan complaciente”. Pensó Anabella a la vez que se elevaban ligeramente las comisuras de su boca, en un signo que pareció componer una leve sonrisa.

21 abril 2006

Taza de café



Derramaba lágrimas en una taza de café, para volver a beberlas y llorar su ausencia eternamente.

18 abril 2006

Dos muertes



Matías vivía en el segundo. Candela en el tercero. Eran viejos. Estaban solos. Pronto la muerte. Lo intuían. Al ir a dormir, Matías miraba al techo y preguntaba qué le esperaría ahí arriba. Candela se quitaba el camisón. Veía sus pies. Miraba al suelo. Imaginaba qué encontraría ahí abajo.

06 abril 2006

El aprendiz de mago


El aprendiz de mago, nervioso ante su primera actuación se mostró ante el público tembloroso e inexperto. Tropezó antes de subir al escenario, secó el sudor que corría por su frente y remangó los puños de su camisa. Sonrojado se quitó la chistera de la cabeza. La apresó entre sus dedos índice y pulgar y de ella sacó otra chistera menor. De la segunda chistera sacó una tercera algo más pequeña. De la tercera una cuarta... Como muñecas rusas iban apareciendo múltiples sombreros de copa, uno tras otro. Acompañaba su show cantando con un hilillo de voz sin ninguna clase de ritmo, canciones desafinadas propias de la infancia.
De la novena chistera salió una décima. El público no tuvo ganas ni de gritar lo penoso de la actuación, simplemente a cada nuevo sombrero se iba retirando de sus asientos en desbandadas. El aprendiz de mago, cada vez más trémulo seguía haciendo aparecer nuevos sombreros de copa dentro de otros de tamaño mayor. Cuando finalmente se podía definir la actuación como un fracaso porque únicamente quedaba un espectador mirándole con cara de lástima, el aprendiz de mago secó sus lágrimas disimuladamente y del último sombrero del tamaño de un dedal sacó un hipopótamo.