28 febrero 2006

Cansada de hombres superficiales


Estaba cansada de hombres que apenas sabían llevar una conversación más allá de fichajes de fútbol y asuntos económicos de dudosa importancia. Quizá por eso no duraban más que un café en cualquier bar, una copa en un pub, o unas horas entre las sábanas, siempre dentro de este margen. “Demasiado superficiales”, pensaba.

Esta vez, después de colgar el teléfono y acordar una cita para aquella misma tarde, intuía que iba a ser diferente. Terminó con la ducha y comenzó a arreglarse. Primero aplicó espuma en su pelo, lo secó con la cabeza boca abajo para darle volumen, siguió maquillando sus ojos con rimel y kohol para que parecieran más grandes, sin olvidarse de sus labios que fueron realzados con pintalabios mate y sus pómulos con colorete rosado.
Después empezó a vestirse comenzando por las medias reductoras que había comprado en aquella mercería de barrio, sobre las que iría una falda a la altura de la rodilla. Continuó abrochando cuidadosamente en su espalda el sujetador con relleno de las ocasiones especiales. Encima se puso una blusa negra de la que dejó abiertos un par de botones y espolvoreó en su escote polvos más oscuros para realzar esta zona. Se alzó en unos tacones de diez centímetros con los que ganó altura y, finalmente, roció sus muñecas con perfume por si alguno de los pasos anteriores fallaba a ritmo de una canción de Miguel Bosé que creía olvidada: “Su olor atrae a la ciencia, su carne al predador, lalala”. Salió de casa alegre, canturreando, sintiéndose totalmente segura de sí misma.

Lo que quedaba de la primera mujer a la segunda, simplemente era un misterio.

26 febrero 2006

La invitada especial


De nuevo, el vecino de abajo ha montado una fiesta privada en su habitación, como desde hace unos meses, el tiempo exacto desde que conoció a esa chica desgarbada de pelo lacio. A veces me fastidia ser la invitada especial a una velada tan íntima sin pretenderlo. He descubierto que son los tubos de la calefacción los que suben el sonido despedido hacia arriba como dentro de una nave espacial. 5,4,3,2,1… Es lo que tienen estos pisos de paredes de papelillo; A veces escucho los muelles oxidados de la cama del primero segunda, otras el martillo en reformas del tercero primera y casi todas las mañanas los gritos de la familia de al lado. A veces me da por pensar… ¿Si supieran que aparte de pintura sus paredes se revisten (por cuatro lados) de orejas, sentirían alguna clase de pudor?
En fin, cosas de la arquitectura.

22 febrero 2006

Blog de carretera

Esto parece un bar olvidado de luces intermitentes, uno de aquellos en los que apenas entra nadie por no querer ser los primeros en destruir esa tristeza. Un blog de carretera en donde únicamente en una esquina hay un viejo metiéndole mano a una joven, donde las puertas de los baños están pintarrajeadas por amores de verano y decenas de “yo estuve aquí”. Este blog es un cabaret de bailarinas con agujetas en la sonrisa que deciden pintársela por las noches. Esto es un pub irlandés en Finlandia en donde solo estamos tú y yo. Tendremos que organizar una fiesta de disfraces con farolillos en la entrada.

21 febrero 2006

La estación


La estación huele a humo de tubo de escape de autobús, ese que entra por la nariz y llega al cerebro en centésimas de segundo. Se respira en la parada de metro antes de salir del vagón. Avenida América huele a hollín, Sol huele a bollo, a gofre, ¿dónde estará esa pastelería fantasma?. El intercambiador huele a gente desconocida que va y viene con frentes en las que se lee: “con ganas de regresar a casa”. La estación de autobuses me recuerda que a sólo tres horas está el canjeo de besos cibernéticos, por tu boca, por palabras, por gemidos, por sonrisas. El intercambiador es esperar impaciente las llegadas y detestar, en el mismo lugar, el café sin taburete de las salidas. Es encontrarse en casa y regresar después con tupers, recordando un “llámanos-cuando-estés-allí”. La estación son nervios del tamaño de mi maleta con ruedas en el estómago, es volver, volver, volver…

19 febrero 2006

Tesoros escondidos

Estoy segura que de pequeña me contaron el cuento de Alí Baba antes de ir a dormir más veces de las adecuadas. Quizá por eso desde muy temprana edad andaba rebuscando entre el cajón de los calcetines de la habitación de mis padres algún cofre, o algún viejo tesoro escondido. Después me dio por excavar con una piedra los terrenos aún sin construir enfrente de casa. Un día encontré la concha de una almeja; llegué a la conclusión de que por mi barrio antes había pasado un mar. Algo más mayor en vez de estar siempre con las uñas llenas de tierra me dio por mirar al cielo. Empecé a leer a cualquier hora y me creía todo, también el horóscopo; “Cáncer: Color, el plateado. Son lunáticos. Día de la semana, el martes”. Por eso con once años me compraron un telescopio. Con él seguí buscando secretos más cercanos a los cráteres estelares. Empecé así a espiar a los vecinos, pero únicamente por si se me escapaba algún descubrimiento importante.
Ahora, con unos cuantos años más, a veces cuando duermo a tu lado me dan tentaciones de susurrar en tu oído; Sésamo, ábrete.
Ya sabes, únicamente por eso de saciar mi instinto de aventurera.

18 febrero 2006

Enter coin


Soledad, soledad, soledad... La palabra rebota entre las paredes de mi cuerpo como una bola de ping-ball. Soledad, soledad. Estornudo. Partida finalizada.
Se escapó por mi boca.

06 febrero 2006

Síndrome Denopatíaco

Justo después de que le diagnosticaran Síndrome Denopatíaco o de doble personalidad, pidió a su marido, con los ojos hundidos y abombados de llanto, la separación matrimonial.

Intuía que él le estaba siendo infiel.